Seamos claros: la palabra no es “vacacionales”, éste no es un artículo sobre turistas, en esta ocasión le toca a la muy abundante fauna local. Y ya sé que esto de “vocacionales” no dice mucho, pero no les encuentro otro nombre; por lo demás, alcanza con salir a dar la vuelta al perro marplatense para encontrar cientos y miles de ejemplares de este… ¿pájaro? no, pájaro no, mejor “insecto”… si, así queda implícito su carácter de colonia, de colmena, como los borg en viaje a las estrellas.
Hablábamos de las vocacionales. Se trata de ellas. Las chicas de marcada vocación artística, las chicas con inclinaciones estético-espirituales, amantes de la música y las artes plásticas, la literatura, la fotografía, el cine, la filosofía, o lo que sea que entiendan por todas estas cosas. La más importante característica de la especie: ninguna de ellas hace música, ni literatura, ni pinta, ni canta, ni baila; algunas sacan fotos, pobrecitas, como pueden, otras escriben poemas en los ratos de tedio vital (que son muchos), van al cine arte, a los recitales (y meta youtube cuando no hay otra cosa), al teatro, a muestras y galerías, a todo lo que vaya apareciendo para desagotar un poco esa ansiedad existencial que no alcanza a formar una idea concreta, pero que las tiene como locas, más cerca de los sopores que llegarán veinte o treinta años después, con la menopausia, que de cualquier estado lejanamente parecido a la creatividad y a la inspiración.
Todas ellas, sin excepción, hicieron su paso con mayor o menor éxito por una o varias de siguientes instituciones marplatenses: Facultad de Humanidades (preferentemente letras, pero también historia y/o filosofía), Escuela de Artes Visuales Martín A. Malharro, Taller de Fotografía de Julián Rodríguez, Centro Cultural América Libre, Escuela de Cerámica Rogelio Iriurtia, y dos o tres más que se nos escapan.
Estas instituciones son algo así como el medio más (¿menos?) adecuado para ciertas fermentaciones mentales que sólo se producen cuando se encuentra la materia prima más (¿menos?) apta. Sin poner en tela de juicio la honorabilidad de estas venerables casas de altos estudios, sólo interesa llamar la atención sobre la coincidencia estadística: alcanza con preguntarles a las chicas que encontremos en la playa o en la noche marplatense dónde han estudiado, para saber si se trata o no de una vocacional.
El humilde cronista sostiene la opinión de que es el tedio, ya mencionado, el que las pone en ese estado tan característico de frenesí estético. Una imaginación sobrestimulada por los medios de comunicación e internet, una infancia consentida (o quizás problemática), una adolescencia rebelde que no encontró contra qué rebelarse, un ansia hormonal indómita pero firmemente envasada con el packaging de la vida conservadora.
Las vocacionales, por lo demás, son fáciles de matar: abrimos un falso curso de clown al que infaliblemente concurrirán TODAS y cada una de ellas, y entonces sólo es cuestión de combinar pólvora con imaginación.
Y de paso nos preguntamos: ¿qué pasó con las estudiantes de derecho, de economía, de biología y –por qué no– de ingeniería? ¿dónde están las odontólogas, las diseñadoras, las arquitectas? ¿todavía quedan mujeres interesantes o es que nos tendremos que conformar con tatuajes, piercings y parietales afeitados forever?