viernes, 22 de mayo de 2009

Matemos a los "bien pensantes"

El bien pensante tiene ideas políticamente correctas en todas las situaciones posibles. No le importa ir contra todas las evidencias: si se encuentra con un negro, un tullido, un judío o un árabe siempre estará dispuesto a encontrarlo víctima de alguna discriminación injusta. No le hace mella que el negro le choree la billetera, el paralítico lo atropelle con la silla de ruedas, el judío le cague cien pesos y el árabe vaya a comer a su casa atado a dos kilos de trotil. Y encima está dispuesto a cagarnos a pedos por prejuiciosos y horrendas personas si nosotros decidimos expresar lo que se nos canta.
Es tan adicto a los eufemismos que no le alcanza con decir “no vidente”, persona de “bajos recursos”, persona con “capacidades especiales”, sino que hasta cuando juega al ajedrez elige siempre las piezas de color.
Hasta en el momento mismo de ser asaltado se pone a conversar con sus captores acerca de que todo la situación tiene su origen en las injusticias sociales:- ¡Violencia no es que me apuntes con un arma, sino que yo tenga un cero kilómetros y vos un Falcon oxidado!
Si escucha que un enano fue desaprobado en un examen de italiano, en seguida se pone de parte del hombre pequeño, no importa que el enano no haya aprendido una sola palabra en el idioma de Dante: seguro que la profesora da clases para gente de otra altura. Si un deficiente mental no puede ingresar en un posgrado es una injusticia horrible, y jamás le van a parecer satisfactorias las nerviosas explicaciones del responsable de la alta casa de estudios que intentará no ser tildado de nazi por decir algo tan obvio como que un tonto no puede ser un doctorando.

Lleva los formularios del INADI a donde quiera que vaya. Le parece tan de matones los carteles de “La casa se reserva el derecho de admisión y permanencia”, que deja entrar a su propia casa a absolutamente cualquier fulano.
Lo malo es que el virus bienpensante va infectando silenciosamente la sociedad. Con el resultado previsible de que todos estemos pensando antes de hablar: ya no se le puede decir gordo al gordo, ni bizco al marido de nuestra presidenta. Se torna todo tan absurdo que uno añora un mundo sin eufemismos en el que, por ejemplo, las publicidades apelaban a lo efectivo: todos queremos pertenecer, tener plata, ser lindos y aceptados. Si alguien hoy osara hacer una propagando como la de Kickers hace unos años, que tenía una consigna simple y clara: “Con Kickers; sí; sin Kickers, no”, se le aparecería el bien pensante y sus amigos a lapidarlo en la plaza.

Por la vía del no decir y fingir que todos somos iguales, cuando lo que más abundan son las diferencias, dentro de poco el bienpensante en el poder nos va a obligar a acostarnos con las mujeres feas, regalarle nuestras posesiones a los pibes que fuman paco, dejar que administre nuestros ahorros un analfabeto y entregarle nuestra hermana a un presidiario de Batán.
Como si no tuviéramos bastante con cuidarnos del colesterol, proteger el medio ambiente, evitar las amenazas del supermercado con no darnos más bolsas de plástico y tener que llevar las latas de tomate sobre la cabeza… parece que en todo grupo de amigos hay ahora un infiltrado bien pensante listo para denunciarnos si nos atrevemos a decir, en un asado después de tomar medio litro de vino, que el “obrero de la construcción” que vino a hacer un trabajo a tu casa cobró cien mangos y no vino más, es un grone cabeza de corcho. En ese momento comienza a ulular una sirena, te iluminan con un reflector mientras te señalan con un dedito acusador y dicen por altoparlante: ¡FACHO, FACHO! y tus hijos se ponen una bolsa de papel (que les dieron en Disco) en la cabeza porque se avergüenzan de vos y no quieren que sus amiguitos los reconozcan.