miércoles, 31 de agosto de 2011

Matemos al "Cine Arte"



En el oriental idioma de los chinos, “cine arte” se escribe con el mismo ideograma con que se escribe “esnobismo”. Guárdese el lector de responder duramente a la atravesada realidad cultural del Nuevo Gran País del Norte: la sabiduría de esa curiosidad idiomática es incontestable.
Hagamos una salvedad: una persona normal sólo puede asistir a estos ciclos tras sufrir la enésima derrota de su cerebro ante su órgano sexual. Porque digamos la verdad: sin el sexo (sin la esperanza del sexo, al menos) nadie asistiría a un ciclo presentado por afiches tan pedorros como los que en general se usan. Hasta los de los troscos tienen más onda, cosa que debería bastar para la ejecución sin juicio previo de los partidarios del cine arte.
Los primeros impulsos homicidas nacen cuando uno se entera de los horarios: no son raros los ciclos programados los domingos a las 14 o 15 horas, cuando cualquier persona normal está recuperándose de la resaca del sábado, comiendo un asado o tallarines con la familia, puteando al marcador de punta de su equipo favorito o juntando fuerzas para pedirle a la patrona un pete siestero. Ni hablar de las retrospectivas de cine mudo tailandés de los años 1930 un jueves de invierno a las 23 horas. ¡Y todavía piden piedad! 
La somera contemplación del programa (cuando lo hay) debería bastar para que un hombre digno saliera corriendo sin más. Con espanto, nos enteramos de que estamos asistiendo a un ciclo del estilo de “Nexos Entre el Sarasing Cinema islandés y el Nuevo Cine Amateur de Laos”, y que la obra es la copia original (254 minutos) de no sé qué estudio de la vida campesina en la Polonia poscomunista, cuyo momento más destacado llega hacia los 230 minutos: plano fijo de una campesina pelando chauchas durante 20 minutos. Si uno fuera valiente, se pararía y gritaría a voz en cuello “pasala a nafta, reverendo hijo de mil putas, que me estoy durmiendo”, pero por algo uno escribe artículos como éste.
Para peor, la copia de una película que ya era lo-fi es una porquería, y el subtitulado (hecho con menos rigor que un artículo de Marcos Aguinis) es en inglés o francés, así que matate si no sabés idiomas. Uno llega a soñar con un comando que, al estilo del de “Bastardos sin Gloria”, prenda fuego al cine antes de seguir con esa tortura.
Terminada la experiencia, que nos ha dejado exangües, todavía nos queda el debate. Porque hay algo peor que el cine arte: el fan del cine arte. Viejas que están aburridas de tomar el té mientras juegan a la canasta y ponderan a Lilita Carrió. Matrimonios que cogieron por última vez durante la presidencia de Frondizi. Estudiantes de Humanidades que elogian bodrios ilevantables con la misma cara y la misma capacidad para el verso del sommelier que te dice “este Syrah tiene notas de poronga”. Periodistas ex hippies hypeando jopos de directores que sólo salieron de Recoleta para viajar a Europa, Estados Unidos o ¡Bolivia! (Que es mucho más cool que irse una semana a Jujuy, como todo el mundo sabe). Tipos que conocen hasta el best boy de un filme para la TV de Fassbinder pero son incapaces de establecer el menor paralelo entre una película y su contexto cultural y político: una de las más pedantes formas de ignorancia, alabada como erudición. Y después bardean a Gaddafi, a Jomeini o como se escriban...     
Borges supo citar a T. S. Eliot, diciendo sobre Finnegan’s Wake de Joyce que “un solo libro como ése era suficiente”. Nunca entendí el gran prestigio que tienen esas obras imposibles cuyo único mérito es la innovación formal: diez, veinte años después de presentada la obra a la consideración general, ese mérito es invisible. Y tampoco entendí nunca ese regodeo adolescente o juvenil con obras que exponen crudamente la mierda que es la vida: nena, nene, ya sé que nada se puede esperar de una existencia signada por la enfermedad, el envejecimiento y la muerte, por no hablar del desencuentro, el desamor o el prende / apaga del pelotudo a pintitas de Lapegüe. Pero ¿qué carajo hacés mirando a una campesina polaca pelando chauchas durante 20 minutos, mientras la vida se va? ¿Decirte por dentro “cuánto sufro por el vacío de la existencia, cuánto sufro” mientras agendás mentalmente decirle a tus viejos que no se olviden de pagarte las cuotas del Corsa? ¿Pero por qué no mandás “quiero hacerme romper el orto por un marinero nigeriano” al 2020?
Podría seguir pidiendo la muerte de medio Nuevo Cine Argentino, pero sería como reírse de De La Rúa: ya no tiene gracia. Y no se gasten con desearme la muerte por esta nota porque, entre la bilis segregada y la faringits que tengo, es muy probable que me derrumbe antes de terminar de escribir este post de mie

miércoles, 24 de agosto de 2011

Matemos a Tio Curzio


  Matemos a Tío Curzio ("Multiespacio" con el famoso combo cena-show-baile) porque es un lugar con demasiados peros: es trucho pero pretensioso; es caro pero mediocre; es lujoso pero grasa. Sin embargo, hay que decir que son esos peros los que lo transforman en el lugar ideal para ciertos eventos que detallamos a continuación, eventos que marcan la identidad de esta ciudad, que la hacen única e irrepetible (por suerte…)
  Es el lugar elegido para las reuniones empresariales. La razón es que sus asistentes tienen que tragar tantos sapos en esas hipócritas comidas de triunfadores que se abrazan y tienen puesta la camiseta de la empresa (cuando todos son unos infelices serruchapisos que necesitan un ascenso ya para mantener el nivel de vida y que la mujer y los hijos no los odien tanto) que el lomo no sea lomo y el pavo no sea pavo es lo de menos.
  También es un clásico de las fiestas de egresados porque la gente ya asumió resignadamente que es una grasada que les saldrá una fortuna. Algún padre desorientado o adolescente rebelde que escucha punk intentará rebelarse, pero es inútil: tendrán que padecer al animador, que las chicas lloren y que los pendejos se emborrachen con alguna bebida que parecerá kerosene.
  Tan inevitable como que tu hija pierda la virginidad será intentar impedir la fiesta de 15 si las amigas la hicieron. Y puesto que no podrás obviar los centros de mesa ridículos, la ceremonia de las velas, gastar el equivalente a un plasma en invitar a la familia política que odiás y que te criticará igual, será apoteósicamente horrible si es en Tio Curzio. Todo padre, igualmente, deberá sacar un crédito con usureros para la fiesta de la nena sabiendo que la felicidad de la jornada depende solamente de que el imbécil que le gusta a la piba decida ir en lugar de quedarse en la casa jugando a la wii, y que en el caso de concurrir se le ocurra bailar con ella pese al absurdo que supone danzar con una chica que parece un merengue.
  Por otra parte, aquel que se decida por ver un espectáculo retro mersa (María Marta Serra Lima, ponele) será mejor que lo haga en Tio Curzio, el lugar ideal para ver cincuentonas sudorosas y amatambradas con remeras brillantes y sonrisas tan postizas como sus uñas, a la búsqueda de producir una imagen tan triste que con un pequeño envión por la loma podrás tirarte al mar y ser devorado por una orca asesina.
  Si con todo lo mencionado no los convencemos, paguen una entrada para ver algún espectáculo de cuarta en la sala de teatro que los Benedetti, dueños del lugar y familia de alcurnia local, improvisan en la temporada de verano: zarzuelas, magos, cantantes gordos que se dicen tenores, unipersonales; y si no alcanza, pidan turno para pasar año nuevo.
  Matemos a Tio Curzio porque representa muy exactamente a esa Mar del Plata trucha pero pretensiosa que nos gustaría creer que se murió. Pero no: allí está oropelada y eterna como los lobos marinos.

domingo, 7 de agosto de 2011

Matemos a los emprendedores

Empezamos esta investigación con una certeza: cada vez que escuchamos hablar de “emprendedores” sentimos ganas de sacar un revólver. Pero cuando fuimos investigando quiénes son los entrerpreneurs  confirmamos la necesidad de ajusticiarlos públicamente.

En principio tendíamos a asociar al emprendedor con ese compañero del secundario que no tenía un mango y se puso un bar: en seis meses deshizo unilateralmente la sociedad con el gordito loser con viejos de plata. Varios empleados del bar  te contaron que era un negrero hijo de puta. El tipo, que nunca fue muy pintón, curte ahora un aspecto metrosexual que le permite conseguir altas minas, aunque siempre corra el riesgo de que lo linchen sus enemigos. Es decir, podemos asociar fácilmente al emprendedor con el pequeño garca. Aquel garquita que siempre está peleado con hermanos o primos porque mordió de más en el  patrimonio familiar.
Sin embargo, ahora resulta que la labor de “emprender” es mucho más amplia ya que contempla a algunos otros hijos de puta y a unos cuantos nabos.

Podemos incorporar también al grupo a los emprendedores pelotudos que aceptan ser monotributistas trabajando para una empresa. Su trabajar en negro, el ser trabajadores precarizados, no les resulta indigno porque ellos son “emprendedores” antes que empleados. Es decir, el emprendedor es el mayor forro del capitalismo. El nabo del que el sistema siempre podrá alimentarse. Es apenas clase media y se cree (y hasta vota) como si fuera empresario.

Otra categoría son los emprendedores  pelagatos no asumidos. Cuando le preguntás a este marginal qué hace, te dice que tiene un “emprendimiento” de paisajismo o un proyecto en el área alimenticia, solo porque le da vergüenza decir que le corta el pasto a los vecinos o hace ensalada de frutas que le vende a las butiqueras siempre deseosas de adelgazar a bajo costo.

Un rubro especial son los emprendedores losers. Siempre están iniciando un nuevo negocio en el que les va como el culo: primero fue un emprendimiento de comida para celíacos, luego un locutorio para hipoacúsicos y por último una revista sobre perros índigo. Asumilo: los negocios no son lo tuyo; no tenés una visión iluminada de nuevos nichos de mercado sino que, simplemente sos un forro que ya le hiciste perder plata a papi, a la abuela y a un par de amigos.

Los peores, sin embargo, son los sujetos autodenominados emprendedores, los que que, con orgullo te dicen “soy un emprendedor” como si eso los colocara en una categoría superior por sobre la gente vaga, en la que impera la desidia, a la que le va mal o es pobre simplemente porque quiere. No hay duda de que a los que se autodenominan emprendedores habría que mandarles rápidamente sicarios guatemaltecos.

Otro fenómeno notable es que alrededor de estos nabos o garcas autodenominados emprendedores se genera todo un negocio: blogs, páginas, libros y cursos que contemplan los intereses de estos imbéciles engreídos. En http://www.enterpreneur.com/ abordan tópicos del tipo “Cómo sobrevivir a una inspección fiscal”, “Cómo proteger tu teléfono celular contra el sabotaje” o “Cómo no ser un jefe odiado”. Fascinante.

Un párrafo aparte merecen los cursos para emprendedores, como si la actitud o empuje para ser un cuentapropista de la nada pudiera enseñarse en un curso corto de la universidad. La gente necesita más antidepresivos, no cursos de enterpreneur. Claro que esto no le importa a quienes dictan esos cursos ya que los que los inventaron  son los verdaderos emprendedores: los que emprendieron el camino a cagarte y quedarse con tu plata. Últimamente la Universidad CAECE ofrece uno de los mencionados cursos. No da para ensañarse con ellos, peores son los boluditos que van. Ni hablar de los garcas jóvenes de la UCIP, pseudos empresarios cuyo mérito es sólo haber heredado el negocio y el espíritu negrero de papá.

Lo peor del emprendedor es tenerlo cerca: la novia de tu hermano, un amigo de un amigo, etc. al que le terminás comprando boludeces (como a los artesanos advenedizos): desde panes saborizados a productos importados de cero utilidad.  Si viajás, te engarzan para que les traigas “materia prima” cuyo precio seguramente estará desactualizado, así  que, encima, tendrás que financiar la compra. Digamos que, en este caso, sos más pelotudo que el emprendedor porque pasás a ser su empleado, mientras él continúa con su apología de trabajo autónomo y anticapitalista evangelizando giles que, como vos o yo, trabaja en relación de dependencia.

Matemos a Manolo


Matemos al clásico comedero popular (no nacional)  cuyo máximo exponente es Manolo. ¿Las razones? Primero: el nombre; esta ciudad ya tiene demasiada mediocridad gallega como para que nos lo recuerden constantemente con una marquesina roja en letras cocacolescas.
Segundo: ¿churros rellenos de pastelera? ¡Qué hijo de puta! Creerte el rey del churro (acá, en MdP o sos el “rey” de algo o no sos nada, y las dos cosas son una mierda, ¿o no?) no te autoriza a meterle materia fecal de cabra  a los churros.
Aunque abra sucursales más cool y noventosas, no te deja pagar con tarjeta de crédito ni de débito… ¡hasta un polirrubro tiene ese aparatito del orto! Dejá de evadir, capitalista rapaz.
Tener un mozo negro y otro albino no te transforma en un exótico “espacio gastrónomico” palermitano; ni te hace políticamente correcto (si es que les interesa algo así).
La ambientación tipo Miami es de cuarta: espejos, fuentes con agüita y… ¡peces! Ni hablar de la iluminación: si querían saber qué es la famosa luz mala, es eso.
Por último, y lo más importante: matemos el concepto de hacer cola para morfar como símbolo de calidad, éxito, servicio. Está claro que habría que matar a las ovejas que van ahí y promueven toda esta mierda miamiesca, pero va a ser más fácil que Del Sel se trasforme en un cuadro político, que la gente abandone la política del rebaño.

Ahora, queridos lectores, ¿tienen algo para decir sobre algún tipo de comederos locales decadentes llenos de luces dicroicas como Manolo? (a ver si se ponen las pilas con los comentarios y dejan ese tono Lilita Carrió de denuncia esotérica agazapada o de periodismo  tipo Majul –a menos que trabajen en Libre, ahí se justifica)