En el oriental idioma de los chinos, “cine arte” se escribe con el mismo ideograma con que se escribe “esnobismo”. Guárdese el lector de responder duramente a la atravesada realidad cultural del Nuevo Gran País del Norte: la sabiduría de esa curiosidad idiomática es incontestable.
Hagamos una salvedad: una persona normal sólo puede asistir a estos ciclos tras sufrir la enésima derrota de su cerebro ante su órgano sexual. Porque digamos la verdad: sin el sexo (sin la esperanza del sexo, al menos) nadie asistiría a un ciclo presentado por afiches tan pedorros como los que en general se usan. Hasta los de los troscos tienen más onda, cosa que debería bastar para la ejecución sin juicio previo de los partidarios del cine arte.
Los primeros impulsos homicidas nacen cuando uno se entera de los horarios: no son raros los ciclos programados los domingos a las 14 o 15 horas, cuando cualquier persona normal está recuperándose de la resaca del sábado, comiendo un asado o tallarines con la familia, puteando al marcador de punta de su equipo favorito o juntando fuerzas para pedirle a la patrona un pete siestero. Ni hablar de las retrospectivas de cine mudo tailandés de los años 1930 un jueves de invierno a las 23 horas. ¡Y todavía piden piedad!
La somera contemplación del programa (cuando lo hay) debería bastar para que un hombre digno saliera corriendo sin más. Con espanto, nos enteramos de que estamos asistiendo a un ciclo del estilo de “Nexos Entre el Sarasing Cinema islandés y el Nuevo Cine Amateur de Laos”, y que la obra es la copia original (254 minutos) de no sé qué estudio de la vida campesina en la Polonia poscomunista, cuyo momento más destacado llega hacia los 230 minutos: plano fijo de una campesina pelando chauchas durante 20 minutos. Si uno fuera valiente, se pararía y gritaría a voz en cuello “pasala a nafta, reverendo hijo de mil putas, que me estoy durmiendo”, pero por algo uno escribe artículos como éste.
Para peor, la copia de una película que ya era lo-fi es una porquería, y el subtitulado (hecho con menos rigor que un artículo de Marcos Aguinis) es en inglés o francés, así que matate si no sabés idiomas. Uno llega a soñar con un comando que, al estilo del de “Bastardos sin Gloria”, prenda fuego al cine antes de seguir con esa tortura.
Terminada la experiencia, que nos ha dejado exangües, todavía nos queda el debate. Porque hay algo peor que el cine arte: el fan del cine arte. Viejas que están aburridas de tomar el té mientras juegan a la canasta y ponderan a Lilita Carrió. Matrimonios que cogieron por última vez durante la presidencia de Frondizi. Estudiantes de Humanidades que elogian bodrios ilevantables con la misma cara y la misma capacidad para el verso del sommelier que te dice “este Syrah tiene notas de poronga”. Periodistas ex hippies hypeando jopos de directores que sólo salieron de Recoleta para viajar a Europa, Estados Unidos o ¡Bolivia! (Que es mucho más cool que irse una semana a Jujuy, como todo el mundo sabe). Tipos que conocen hasta el best boy de un filme para la TV de Fassbinder pero son incapaces de establecer el menor paralelo entre una película y su contexto cultural y político: una de las más pedantes formas de ignorancia, alabada como erudición. Y después bardean a Gaddafi, a Jomeini o como se escriban...
Borges supo citar a T. S. Eliot, diciendo sobre Finnegan’s Wake de Joyce que “un solo libro como ése era suficiente”. Nunca entendí el gran prestigio que tienen esas obras imposibles cuyo único mérito es la innovación formal: diez, veinte años después de presentada la obra a la consideración general, ese mérito es invisible. Y tampoco entendí nunca ese regodeo adolescente o juvenil con obras que exponen crudamente la mierda que es la vida: nena, nene, ya sé que nada se puede esperar de una existencia signada por la enfermedad, el envejecimiento y la muerte, por no hablar del desencuentro, el desamor o el prende / apaga del pelotudo a pintitas de Lapegüe. Pero ¿qué carajo hacés mirando a una campesina polaca pelando chauchas durante 20 minutos, mientras la vida se va? ¿Decirte por dentro “cuánto sufro por el vacío de la existencia, cuánto sufro” mientras agendás mentalmente decirle a tus viejos que no se olviden de pagarte las cuotas del Corsa? ¿Pero por qué no mandás “quiero hacerme romper el orto por un marinero nigeriano” al 2020?
Podría seguir pidiendo la muerte de medio Nuevo Cine Argentino, pero sería como reírse de De La Rúa: ya no tiene gracia. Y no se gasten con desearme la muerte por esta nota porque, entre la bilis segregada y la faringits que tengo, es muy probable que me derrumbe antes de terminar de escribir este post de mie