lunes, 8 de diciembre de 2008

Matemos al espíritu navideño


Villancicos, arbolitos, papá noel gigantes, ¡nieve!... toda la parafernalia navideña comienza en el día de la virgen y se propaga por varios días. Después empiezan las películas en la TV con familias (de esas que nadie conoce) que se reúnen para Navidad y toda la onda lacrimógena naif.
A las decoraciones, que ya empezaron en noviembre, de vidrieras y entradas de edificios (¡hasta los encargados amargos –dignos de un post- cuelgan pelotitas rojas y guirnaldas verdes, o como sea que se llamen!)
Con tanta pelotudez, la gente se suma acríticamente a la tendencia y comienza a mostrar un delirante espíritu navideño: -¡Pase usted! / -¡ no, después de usted!... Hasta se levantan para dejar sentar a una vieja, ceden un turno en la verdulería o cruzan a un cieguito. Se besan en las veredas, justo cuando salen o entran de los comercios a gastar los aguinaldos comprando chucherías en Alparamis o en esas tiendas de baratijas. En navidad todos hacen esfuerzos por mostrarse como buenas personas, altruistas y fanáticos de sus familias. ¿Acaso el angelito de la Anunciación le dijo al oído a María que saliera de Shopping?
Claro que al poco tiempo ese espíritu languidece y puteamos al que intenta colarse en el supermercado o al que nos sacó el lugar para estacionar; como no podemos soportar a nuestro sobrino en el almuerzo dominguero, le ponemos un jueguito hiper violento a tres milímetros de la nariz para que no joda; pensamos en cómo cagar a nuestros compañeros de oficina para hacerlos trabajar en los peores días y horarios en las fiestas venideras; mentimos con una excusa de cuarta para zafar de las reuniones de fin de año, o para no pasar a saludar a una tía con esclerosis…
Ni hablar de la inmediata previa de la noche buena, en la que nos lanzamos en palomita sobre el último pollo, somos capaces de corrompernos por un kilo de flautitas y nos peleamos con todos los familiares por los regalos, el lugar a dónde ir a comer y el vino malo que trae tu hermano.

Si el hipócrita espíritu navideño no va a sobrevivir ni siquiera hasta el 24, mostremos la carroña humana que somos desde ahora: compremos los regalos en sitios hiper pedorros o aprovechando las ofertas de la temporada anterior, abusemos de los que aún quieren ser buenitos estos días para obtener prerrogativas laborales e incluso, sexuales.
Seamos sinceros, si vamos a ser unos gusanos con nuestras madres y novias todos los días, no le aflojemos en este trance, no sea cosa que, idiotizados por los villancicos, incurramos en claudicaciones irreversibles.

Matemos a los que ponen carteles amargos

Es la una y media de la mañana y voy (urgentemente) al kiosco a comprar forros. Mientras espero veo un cartel:

"No se cargan tarjetas de colectivo"

Bue, pienso que estamos en una avenida por donde pasan muchos bondis y es natural que pongan el cartel para no hacerle perder tiempo a la gente. Pero cuando un poquito más a la derecha leo:

"No se cargan tarjetas de celulares"

Me quedo reflexionando en que si están cansados de que les preguntes 100 veces por día estas cosas, les convendría reformular su negocio y cargar las tarjetas de colectivo y de celulares. Pero noto que es todo un estilo, porque más abajo, en el vidrio (es de esos lugares que te atienden por una ventanita porque te ven cara de malviviente):

"Por favor, abone con cambio"

Digo... las pelotas. Si tengo cambio abono con cambio. Si no, saco un billete grande y no me dejo amedrentar por un puto cartelito. Claro que la índole del negocio queda totalmente en claro cuando veo en el otro rincón:

"No cargamos termos para mate"

Ya ahí estoy caliente ¿Qué les pasa? ¿No pueden verbalizar sus negativas? ¿Tanto tiempo van a perder diciéndote que no cargan tarjetas ni tienen agua caliente? ¿Piensan que por poner un cartelito con fibrón le otorgan a su capricho caracter de ley?

Como ya estoy chinchudo pienso que cada vez proliferan más carteles por el estilo: no se realizan cambios los días de luna llena; verifique su vuelto antes de retirarse del local, luego no se aceptan reclamos; los artículos de oferta no tienen cambio, jódase; no se aceptan tarjetas de crédito o débito; la casa se reserva el derecho de admisión o permanencia; los baños son de uso exclusivo de los clientes; no contamos con baños para discapacitados; consumisión mínima $10 (para ver en un bar partidos de campeonato); el ascensor es de uso exclusivo de embarazadas y mayores; no se sirven desayunos después de las 12 hs; forme fila y espere a ser llamado; apague su celular; caja rápida: 15 productos; no se aceptan tarjetas de débito por operaciones inferiores a $30; prohibido ingresar con animales.
Dentro de poco van a poner carteles que digan:
"su pregunta sí molesta"
"nos chupa un huevo la satisfacción del cliente
"me cago en vos y andáte a la puta madre que te parió"

Pensando estas cosas me malhumoro tanto que ya no quiero comprar nada en este lugar en el que antes de hablarte ya te están negando cosas, ¿qué me van a decir ahora? ¿qué no me dan los forros porque soy demasiado feo para cojer? ¿Qué me dan unos con tachas porque tengo cara de sado?
Igual... ya se me fueron las ganas.

martes, 2 de diciembre de 2008

Matemos a los enólogos

¿Es posible saber todo? ¿Es posible conocer todos los secretos del universo? No. Estábamos tranquilos con esto de no saber nada hasta que llegaron ellos; no saben todo pero sí, desde su punto de vista, lo más importante.
¿Es posible saber todo lo que contiene un sorbo de vino? Sí, parece que sí.
De un tiempo a esta parte existe un grupo de gente que analiza lo que sucede desde la viña a su mesa, desde la botella al paladar. Se interesan con fervor en reproducir constantemente las categorías de análisis del vino y las formas correctas de beberlo. Y no sólo eso: algunos incluso representan a alguna empresa que los manda de acá para allá para armar "eventos etílicos" y degustaciones.
Si ustedes eran de los que tomaban un trago de vino para bajar un pedazo de milanesa y evitar una muerte indigna, sepan que estaban equivocados. Los enólogos, o cualquier fanático del vino (pero quién no lo es) que sabe dos o tres boludeces recién aprendidas, nos enseñan que el vino se tiene que ver, primero; oler, después y tomar sólo luego de esas etapas (y a esa altura la milanesa hizo lo que tenía que hacer: muerte por asfixia).
Estos tipos toman un trago de vino y mientras tararean mentalmente "Tengo un mundo de sensaciones…", los ojos les brillan pensando en la cantidad de datos que ese sorbito de vino puede darles.
Claro que no es cuestión de tragar en seguida, el conocimiento requiere un doloroso esfuerzo: hay que mantener el trago en la boca, mandarlo al fondo, traerlo adelante, pasarlo de un lado a otro inflando las mandíbulas… no es pavada catar un vino y no poner cara de pelotudo.
Lo más ridículo del enólogo (bueno, tal vez algo de su vestimenta también), y de los que pretenden serlo, es ese discurso (todo remite a los discursos, se habrán dado cuenta), propio, digámoslo de una vez, de un borracho en pleno delirio. Moviendo la copa en círculos (horas de práctica) o con una mirada perdida luego de tomar un trago, podemos escuchar sus veredictos: "En boca es árido como estepa mesopotámica después de un rally" o "Este vino tiene matices de lluvia de verano platense cayendo en un laurel recién podado" o "su cuerpo es como el sedimento de la Laguna de los Padres luego de un fin de semana largo lleno de turistas", o cosas así.
Al único que podemos defender es a aquel que, en tren de chamullo para levantarse una mina, empieza a hablar de contornos de vainillas, aromas de especias o presencia de frutos rojos: el tipo caló un par de “tips” y los usa para impresionar. Pero la más de las veces, los enólogos, y quienes se juzgan entendidos en la materia, quieren hacernos creer que pueden distinguir a ojos cerrados si un vino está añejado en barricas de roble o no; y que demoran 3.1 segundos en determinar el varietal de un vino. Con el objeto de demostrar que se trata de una fantochada, proponemos secuestrar en la próxima expo de El vino y el mar a una docena de expertitos para obligarlos con ojos vendados a reconocer varietal y cosecha. Si se equivocan, sufrirán el peor de los castigos: cada error será penalizado por un trago de vino "uvita" directo del tetra.
Matemos a lo enólogos porque son cursis, fanáticos y defensores de un "buen beber" que no nos permite manchar el mantel ni ponerle soda o Fanta al vino… y porque son títeres funcionales de las bodegas que, con este invento marketinero, nos quieren cobrar un fangote por una botella.