domingo, 12 de septiembre de 2010

Matemos a los médicos rock stars


Estar enfermo es una cagada no tanto por los dolores, padecimientos y precios de los medicamentos sino porque, lamentablemente, en algún momento de la convalecencia (y después de haberte automedicado con todas las sugerencias de tus allegados, más la intervención más que dudosa de uno de los tantos farmacéuticos irresponsables de turno), uno tiene que recurrir a la maligna secta médica. Si no querés arriesgar tu vida en las manos de algún médico de guardia postadolescente que te receta lo mismo siempre, no importa la dolencia que tengas, deberás caer en las garras de un “especialista”, y seguramente no podrás evitar que sea uno de los famosos médicos rock star. Con él te verás sometido a una nueva clase de tormentos, pero más sofisticados y onerosos. ¿Cómo sé que voy a atenderme con un médico rock star? Aquí, amigos, les damos algunos tips (nos encanta ser contradictorios, así que usamos una palabra que denostamos hace algunos post, ¿y qué? ¡Háganse un blog propio, arponeros fundamentalistas de la coherencia y el falso coraje anti anonimato!)

1- Un médico rock star que se precie de tal porta apellido: cuando decís que debés visitar a un especialista y lo mencionás, si es un rock star los ojos de tu oyente se desorbitan. Un médico rock star es un mito: te hablarán de él, te contarán alguna anécdota o simplemente te dirán que su apellido les “suena”. Hay toda una mística en torno al médico rock star que funcionará como excusa para que sus bolsillos se llenen de dinero. Pero hay otro dato importante: siempre que decís su apellido, aparece la pregunta diabólica: “¿padre o hijo?”. Porque el padre del médico rock star fue o sigue siendo un reconocido profesional y, si es posible, en la misma especialidad. Esto no suele ser un fantasma sino todo lo contrario: se menciona con orgullo, como razón de satisfacción personal “ser el hijo de”, en lugar de ver como un hecho poco heroico, el heredar la fama y los pacientes de papá. Lo peor es si el especialista en cuestión no ha sido una eminencia, sino un porteño que prolongó mucho sus vacaciones y decidió quedarse cuando se dio cuenta de que en la ciudad no había competencia y podía hacer una buena carrera si atendía a las viejas adecuadas, aunque no se perfeccionara ni leyera nunca más en su vida. Sépanlo, amigos: familia de médicos no es, necesariamente, garantía de calidad y servicio.

2-Estos famosos médicos no superan los 50 años pero ya juegan al golf (en Acantilados, obvio), van de vacaciones a lugares exóticos, viajan a congresos a “especializarse” y a enfiestarse, y no pueden disimular que han estudiado tantos años sólo con el propósito de recibir regalos de todo tipo que después le encajan a sus familiares para navidad. El juramento hipocrático fue, ahora que son ricos y famosos, un mal chiste que les contaron hace mucho durante alguna fiesta platense. Se hacen los melómanos y los cultos, pero la famosa “letra de médico” no hace más que afirmar que no saben leer ni escribir. Y, obviamente, pese al escalafón que los distingue de otros médicos, y a que su mujer esté operada y divina, caen en la volteada, es decir, se voltean a todas las pacientes, enfermeras, secretarias y residentes, como cualquier medicucho.

3-Conseguir que te atiendan telefónicamente en el consultorio de un médico rock star es más difícil que lograr ganar un plasma en algún sorteo televisivo. Deberemos instalarnos cómodamente en el sillón dispuestos a marcar “rellamar” unas cincuenta veces. Nos darán un turno para el 8 de diciembre, y cuando creamos que la secretaria está fumada y que debe referirse al 8 de septiembre seremos cruelmente desengañados. Efectivamente, y como todos habrán podido comprobar, el médico rock star te da turno de acá a tres meses, y eso si tenés suerte. Existen numerosas razones que explican la forma en que estos sujetos manejan tu tiempo como Nolan en alguna de sus películas “conceptuales”, pero la más relevante es que cuanto más reconocido es un médico rock star, menos días atiende (y más viaja, pero esto va más adelante); sus horarios son tan restringidos como la cantidad de entrevistas que los Kirchner les dan los medios.

4- Resignados, agendaremos el turno agradeciendo que sea en el corriente año (si no, deberemos, incluso, salir a comprar agendas del 2011) y esperando no morir antes. Esto, sin embargo, no sería tan problemático si llegado el día fuéramos atendidos puntualmente. Pero un médico rock star que se precie de tal, debe tener a sus pacientes, que son muy pacientes, esperando por encima de las dos horas. Y esto no es porque le dedique mucho tiempo a cada uno sino porque siempre llegan tarde (“estaba operando”, “tuvo una urgencia”, “fue a visitar a un paciente terminal”… todo menos la verdad: se comió un asado acompañado de un vino tinto que, obviamente, le regaló una víctima y le inspiró un siestón; se curtió a una enfermera nueva en la clínica o viene de jugar al tenis) y desfasan todos los putos turnos que, encima, se verán amenazados por culpa de una nueva mafia, más temible que la estrategias de Moreno: los sobreturnos…


5- Un médico rock star atiende cada vez menos en un hospital o una clínica de aspecto Chascomús años 50. Estos doctores luchan a delantal y escalpelo por conseguir su propio consultorio. Esto, claramente, es una señal de status, especialmente si éste se ubica en alguna casa de estilo refaccionada en la zona sur de la ciudad, o en algún edificio de puta madre con luces dicroicas. Quedan excluidos de estos coquetos consultorios todos los trabajadores de sindicato, ancianitos del PAMI y demás perdedores del sistema. Aquí sólo se aceptan credenciales plateaditas, que se obtienen pagando más $200 para que te cuide la salud una empresita privada.
La sala de espera de estos lugares no escapa, sin embargo, de las revistas recontra pedorras que te ponen en una mesita, los cuadros de terror de alguna paciente resucitada o, peor, de la mujer de algún colega, la música melosa de efecto narcotizante, los carteles impresos en computadora semi pegados en paredes o vidrios informando horarios y días de atención (siempre desactualizados) y mensajes mandones diciéndote cuándo y cómo deberás solicitar recetas, turnos, formularios, etc. Igualmente, los muebles serán muy cómodos (de Sector Privado o alguna casa fashion), siempre y cuando, el estilo minimalista con que decoran todo permita que te sientes en algún lugar.

6- Y llegó el día, y la hora que a ellos se les cantó y, por fin, te encontraste con tu médico rock star. Estabas tan emocionado que, con lágrimas en los ojos, te tiraste a sus pies y tartamudeando… ¡le pediste un autógrafo! El médico rock star, con bronceado caribeño, vestido cancherito debajo de su guardapolvo (Bowen o Lacoste, depende el estilo o… el regalo), te mirará con altivez y condescendencia y te ayudará a levantarte del piso. Sus hijos rubios (el de la derecha será el médico de tus hijos) te sonreirán desde los portarretratos en el enorme escritorio (“Otro gil que contribuirá a que papá nos compre la Wii” parecen sugerir sus rostros bellos y diabólicos.) y numerosos certificados de congresos en los que la pasó bomba decorarán las paredes.
El médico rock star te despachará en tres minutos, pero aunque parezca que no ha sido capaz de ver nada te recetará cinco medicamentos (casualmente todos del mismo laboratorio, el mismo que le pagó el viaje a Europa el año pasado) y te indicará múltiples estudios para confirmar si deberá o no realizar una operación quirúrgica que suena compleja y riesgosa, y a la que no sabrás por qué tendrías que someterte. Pero estás tan contento de haberlo conocido personalmente por fin que nada te angustia, sólo querrás ver su sonrisa inmaculada y apretarle la mano otra vez, en la siguiente consulta, cinco meses y tres horas (en la sala de espera) después.

Amigos arponeros, sépanlo: no importa si es proctólogo o no, un médico rock star siempre te mete el dedo en el culo.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Matemos a la noche marplatense (esa eterna promesa incumplida)



A veces nos preguntamos por qué duran un lustro los noviazgos entre gente que se lleva como el culo o las relaciones de amantes donde la mina se cansa de pretender otro status que, sabe, no va a tener. También puede causarnos curiosidad por qué un matrimonio vuelve al ruedo después de una separación que, creíamos, era lo más saludable. Sin embargo, las cosas son más fáciles de lo que uno piensa y existe una respuesta que nos sacará de la ignorancia en la que nos encontramos: lanzados al mercado sexual, después de ensartarnos con Facebook y agotar la veta del lugar de trabajo o donde estudiamos, caemos nuevamente en la monotonía del bar y el boliche “marpla”; y ahí es seguro que corrés a lo malo conocido y a la triste escena de la decadencia: película yanki en DVD (preferentemente una de Woody Allen que no sólo te hace pasar por snob sino que te convence de que la familia perfecta existe: es aquella en donde conviven los maridos, los ex, las amantes y los hijos de todas las uniones, en perfecta armonía), algo de alcohol y un pedazo de chocolate para calmar la angustia, junto a tu compañera, en la cama.

Pero queridos, participativos y resentidos lectores, estamos aquí para explicarles el proceso de la devastadora e irreversible realidad que nos toca en esta ciudad, a ver si con esto podemos hacer que las parejas asuman lo que les toca, aunque lo que espere afuera aceche con el panorama más desalentador que hayamos conocido. Veamos.

Otra vez es viernes a la noche y estamos tomando cerveza en el departamento de nuestro común amigo J. El alcohol se acaba y no tenés ganas de engrosar las arcas del delincuente de Corrientes y Roca, de manera que hacés callar a tu amigo bolche, que proclama una revolución inminente, le quitás la guitarra al trovador del grupo (podría aprenderse enteras las canciones de Silvio, el hijo de mil puta, y no someterte a su eterno ensayo) y te disponés a salir a la aciaga noche marplatense.

Mientras te ponés la campera fingís optimismo, pero vas mandando mensajito a la chica no muy agraciada pero gauchita, que como buena Magdalena, llegado el momento, lamerá las heridas de los patovicas y limpiará los restos de tragos espantosos que te habrán vomitado en el pantalón.

A poco de salir comienzan las discrepancias en la hueste sobre si es mejor dirigirse a Alem, Yrigoyen, Constitución o probar con algún lugar alternativo. Sopesamos desventajas y… desventajas.

En Yrigoyen no hay muchas opciones. Podés caer en Mestizo, el típico bar de cerveza mala en vaso de plástico. Emborracharse resulta barato pero la oferta sexual está en consonancia. Adolescentes con los pantalones bien metidos en el orto, pero con unas caras y gestos que sería más apropiado ver a través de la pantalla en un documental sobre el rito de alguna tribu perdida en la selva que invoca la lluvia gritando: “Menea, menea, menea”. También existe la posibilidad de dirigirse a Hipólito y vegetar en una mesa bebiendo. Lo bueno es que con el calor que hace uno transpira prácticamente todo lo que toma generando un efecto químico extraño que hace que se pueda ingerir alcohol hasta el coma. Otra opción es ir a Scotia, que estará hasta la pija, y donde podrá ningunearte a mansalva un patovica pelotudo cuyos criterios de discriminación son oscuros y azarosos (puede ser que no te deje entrar por pobre o feo, y en tal caso acertar, o porque no le gusta tu gorro que le suena hippie, tu bufanda que le parece de puto, o que interprete tu olvidarte de comprar crema enjuague como un ensayo de grelos). También está Chiquilín, donde no se puede bailar (o fingir hacerlo para chamuyar a una mina) y es caro y aburrido… pero donde están las camareras más perras de la galaxia que te prometen mucho escote, tetas (sobre si las tiene hechas o no habrá en la mesa un debate de treinta minutos), culo y no darte jamás el teléfono (¿en serio pensás que saldría con vos habiendo tanto viejo en auto importado disponible?). Última opción: ir a Wallace, lugar en el que uno podrá fingir que retrocedió una década y experimentar algo así como un pequeño baile, hablar con una chica que no sea espantosa y beber algún trago haciéndose el banana en la barra. Claro que todo esto podrá ocurrir hasta las tres de la mañana, después estaremos todos tan hacinados como sardinas que la única manera de que se haga lugar es a medida que vayan sacando a los desmayados. Y encima, si vas temprano antes del malón te tenés que fumar la eterna banda cover: Sushi, Yacuzzi, Kimono… todas tan igualmente histriónicas y monótonas (con cantantes que se la pasan ensayando frente al espejo los tips rockers) que te dan ganas de hacerte el harakiri.

En Alem la onda es otra. Las chicas más lindas y producidas, aunque con unas dosis de histeria que alarmarían al propio Freud. Siempre podés apostarte en la puerta de Samsara y lograr entrar sin hacer cola porque convencés a uno de los dueños de que vos sos propietario de una veinteava parte que te vendió el primo de un petiso con nombre francés; total, esa gente tiene tantas partes de boliches que con un par de tragos encima podés entusiasmarlo con el más inverosímil de los negocios, por ejemplo, que vas a lograr una toma eterna en la facultad y darle a él un par de barras y la exclusividad en la venta de forros.

También podés hacerte unos mangos pasando por Pehuén, donde si sos tan precavido como para irte con cámara de fotos, podés extorsionar a todos los casados de trampa con mostrarle a la esposa la foto donde su marido, con la peor cara de imbécil y en zapatillas (¿hay una edad límite para zapatillas?), le toca el culo a una chica. También se puede ir a Tressor y fingir que te gusta la música electrónica durante quince minutos para evadirte del reaggeton que fundamenta nuestra certidumbre de que el mundo es un lugar horroroso. Si vas a Barnon, Mr. Jones o Gásparo, decís: “ahora sí estoy mamado”, porque entrás y salís de esos lugares, pero parece que estás en el mismo eterno bar con grupos de chicas y chicos sacándose fotos con el celular y donde nunca podés distinguir bien los vínculos, por lo que siempre corrés el riesgo de ir a hablarle a una mina muy maquillada mascando chicle que te mira insistente como diciendo “¿qué esperás para encararme gil?”, y el enano granujiento a su lado vestido como jugador de béisbol quiera cagarte a piñas porque le querés birlar la minita.

Si lo que buscás son gatos debés dirigirte ligerísimo a Domo, donde se concentra el felinaje añoso, además de toda la gente divorciada de la ciudad. Aquí podríamos hacer una lista de bares gatunos, pero se los dejamos a ustedes, hábiles arponeros de los comentarios.

La otra opción es hacerse el alternativo y caerte en alguna fiesta de una facultad, o en el América Libre o un sitio roñoso por el estilo. Las opciones de hoy son una fiesta en el Club Español de la gente de Ciencias de la Salud en la que alguna buena samaritana te deprimirá contándote cómo ayuda a pobres o tullidos. Otra opción es alguna fiesta cool de la Malharro o en algún galpón feo de los freaks de Exactas: todos con zapatillas espantosas (¿dónde las compran?), mochilas negras y una sonrisita entre demente y bobalicona que sugiere que acaban de despejar una ecuación muy complicada. Alguno se acuerda de una fiesta que incluye perfomance de artistas plásticos-poetas-putos en bar del centro donde alguien recitará poesía a la vez que otro pintará con un aerosol y una estudiante de teatro te puteará a dos milímetros de tu nariz, y vos tendrás vedada la actitud más razonable del mundo que es cagarla a piñas. Es decir, en esta noche alternativa se concentran todos aquellos que son muy progres, pobres o raros (que es casi lo mismo) como para dirigirse a los antes mencionados bares y pagar $24 por una cerveza.

Y si, finalmente, te hartaste de entrar y salir de bares te queda la opción de beber lo suficiente como para animarte a los boliches. Podés ir a Pin Up y perderte en el mundo de la sexualidad diferente donde te va a encarar una mina que está buenísima y vos vas a dudarla pensando si será tranformista, transexual, lesbiana en crisis o te va a cobrar… Y para cuando reaccionás y te dás cuenta de que simplemente es tu día de suerte y es una psicótica a la que le gustan los estudiantes pobres y feos… ya se encontró a otro estudiante pobre y feo. Igual, compadecemos a la gente con sexualidad diferente que ve su lugar copado por todo el caretaje de Alem que va a allí con ánimo antropológico, o simplemente porque cerró su bar preferido a las cinco de la mañana.

También podés gastar un dineral en taxi e ir a Esperanto, sólo para darte cuenta de que no querés acostarte con una chica que trabaja de sol a sol en una panadería y que se produce un sábado a la noche para ir a bailar buscando un príncipe azul que la rescate trabajando de sol a sol en una panadería. O gastar aún más en taxi y entrada para llegar a Sobremonte, la joda en el fin del mundo, y convencerte de que no sos lo suficientemente fachero, canchero, pudiente, reventado o drogadicto como para tal lugar.

Amanece. No te ha quedado ni un centavo. En tu cerebro lleno de lúpulo resuenan las melodías pedorras que escuchaste toda la noche, así como espantosas imágenes de contoneos de caderas, gente transpirada, patovicas descerebrados con fotos de su amor imposible Ricardo Fort en la billetera y borrachos molestos que en un acceso de lucidez piden a los gritos estar en su cama.

Volvés caminando derrotado a la casita de tu amante, preguntándote por qué persistís en este ridículo salir y tomar. Serás reflexivo hasta el viernes a la tarde cuando recibirás un mensajito de J. invitándote a la previa de cerveza en su departamento junto al bolche y al trovador. Y allí estarás. Uno puede volverse adicto a cualquier cosa.

Nota: la noche marplatense es igual de deprimente para las chichis...