sábado, 28 de noviembre de 2009

Matemos a los que hacen pedagogía del volante


Vos vas tranquilo, circulando por tu mano, respetando la derecha, dejando cruzar a los peatones, frenando en el semáforo rojo y arrancando en el verde (nunca en el amarillo), poniendo balizas cuando vas a estacionar y compartiendo la experiencia del manejo responsable y a conciencia con miles de conductores como vos… hasta que te despertás.

Está claro que nada de esto ocurre ni va a ocurrir, reconozcámoslo de una vez; aunque se hagan campañas de educación vial y no nos guste levantar gente como sorete en pala ni que nos saquen con soplete de una cantidad de hierros retorcidos, cuando estamos al volante todo nos chupa un huevo.
Sin embargo está saliendo el sol para el mundo automovilístico, renacen las esperanzas para el tránsito, los zorros se morirán de aburrimiento estratificados a la vera de la ruta y pronto los peatones saldrán de sus casas sabiendo con seguridad que podrán volver sanos y salvos. Es que hay una raza de conductores que han sido bendecidos con un arte maravilloso: la pedagogía del manejo. Gracias a ellos, los conductores infradotados e irresponsables sabremos cómo conducirnos al volante.
Sus métodos son variados y efectivos. Se esfuerzan por señalarnos los errores aún poniendo en riesgo sus vidas e, incluso, ¡haciendo maniobras inapropiadas!
Se ponen a la par de tu auto para putearte porque vas lento y aceleran a los pedos; hacen gestos pelotudísimos considerando que son claramente traducibles a algo parecido a un concepto soltando el volante; te dan órdenes a través de la ventanilla cerrada; te señalan cualquier cosa que esté fuera del vehículo: semáforos, sendas peatonales, carteles de velocidad y hasta que ubicás la referencia de su dedito (que creías que señalaba el culo de Araceli González con bombacha Selú) te la ponés contra un poste…
Nos preguntamos cuándo van a poner su academia, pero fuera del auto (y si, si estuvieran caminando, harían las misma pelotudeces).
Les sugerimos que los domingos se pongan polleritas pasando la rodilla como testigos de Jehová y salgan a arengar gente para crear conciencia, pero dejen de rompernos las pelotas mientras manejamos, pedazos de hijos de puta.

domingo, 1 de noviembre de 2009

domingo, 18 de octubre de 2009

Matemos a los sabelotodo


Existe una clase de personas que piensa que ha sido beneficiada con un don tan particular que las hace únicas en el mundo. Gente que, además, no sólo lo cree y “se la cree” sino que te lo hace saber cada vez que puede y siempre en el momento inoportuno. Estamos hablando de esas personas que saben todo: desde paradigmas filosóficos, movimientos artísticos, hechos históricos y teorías políticas, hasta lugares donde comer, datos del tiempo, partidos de cada fecha del campeonato o lugares donde te arreglan el cierre del pantalón. Esto no sería un problema (ni materia de este blog) si no tuvieran otro defecto: enrostrarte este superpoder, hacértelo saber con toda precisión y cuando se les da la gana, es decir, todo el tiempo. Pareciera que se dan cuenta de que te importa un carajo escucharlos y lo disfrutan.

Esta clase de personas convierte cualquier conversación superficial en una junta de académicos; rompen cualquier clima para que todo el auditorio, sumisa y resignadamente lo escuche y no interrumpa hasta que termine de ofrendarnos todos sus conocimientos; llevan cualquier comentario para el lado en donde se sienten cómodos: una vez allí, disparan su artillería estableciendo relaciones que sólo ellos conocen o sanataeando datos y nombres propios (extranjeros, mejor).

Matemos a los sabelotodo porque hacen de una boludez una sarta de razonamientos en la que sólo les interesa lucirse y hacernos pensar que conocen el mundo, las costumbres de las culturas más exóticas, todas las partes del cuerpo y sus enfermedades, las herramientas de la caja de un electricista, el interior de una PC (obviamente saben qué es un chip, el WAP, una cookie y cualquier pelotudez relacionada con la tecnología), la ley de radiodifusión completa (incluso con los cambios efectuados a último momento), la conjugación de los verbos en alemán, las fechas y lugares de todas las batallas de Manuel Belgrano, y la puta madre que los parió.

Te amedrentan con el dato histórico y una enorme cantidad de información que, en realidad, no ha sido fruto de sus estudios sino de una mezcla de Discovery a la hora de la siesta, clases de derecho por cable de Mariano Grondona, algo de Canal Encuentro, suplementos de La Nación que pide antes de que los tiren y su gran aliada, Wikipedia.

Los sabelotodo están llenos de clishés; transforman fragmentos literarios en frases hechas y citan versos de poemas a cada rato como si hubiera aparecido la palabra justa mientras charlaban (es una manera de decir) con nosotros. Con esto creen engañarnos: no, señores, ya sabemos que tienen una listita mental y siempre dicen lo mismo. Así, combinan estrofas del Martín Fierro (infaltable) con discursos de J. F. Kennedy y El arte de la guerra de Sun Tzu.

Este tipo de gente, además, te regala sugerencias y consejos, no sólo cuando no se los pediste sino haciéndote entender que deberías haberlo hecho. Sus frases típicas empiezan con “Vos lo que tenés que hacer...”, “Yo te voy a hacer probar…” o “Si me preguntás a mí, yo…”. Otras ocurrencias se sostienen en enunciados categóricos e inapelables como “Las mejores pastas son de…”, “Sí, esa es buena, pero la mejor película es…”, “No se puede comparar X con Y…”; y, por supuesto, encabezan todos sus dichos con “Yo lo viví”, “Yo sé”, “Yo estuve”, “Yo te voy a contar” o el famoso “Yo te lo explico” del José de Tato Bores.

En cualquier punto de su discurso, se las arreglan para meter palabras culturosas y rimbombantes como ghetto, cinearte, paradigma, posmodernidad, vínculo, otredad, interdisciplinario, proceso, sujeto, enajenación o panóptico.

Matemos a los sabelotodo porque en su afán de parecer eruditos e imprescindibles para que sigamos habitando este mundo, tienen el coraje de corregir a su interlocutor indicándole cómo se pronuncia el nombre de un autor, compositor o cineasta (hablan de todas las disciplinas); dónde se acentúa una palabra; de quién es tal o cuál concepto o cómo se pronuncia una término extranjero: “No se dice Chauvin sino Shoven” o “¿Te referís al buquet del vino?” ¡Cómo nos gustaría en ese preciso momento tratar al sabelotodo como Maradona al periodismo argentino!

Matemos a los sabelotodo porque saben cuándo aprovechar el cambio a moneda extranjera, dónde comprar con descuento, a qué hora ir para que no haya cola, dónde hay sombra para estacionar, cómo calcular porcentajes rápidamente, cuándo sacar la guita del banco pero, por supuesto, no te lo dicen o lo hacen cuando ya es tarde.

viernes, 31 de julio de 2009

Matemos a los repartidores

Son las once y media y el repartidor de galletitas para su camión rojo en el corazón del centro comercial de la calle San Juan. Deja su monstruoso vehículo en doble fila obstruyendo la salida de tres changos. Mantiene el camión en marcha haciendo ruido y largando más humo que una división de infantería de fumadores de Parisiense, y se pone a galantear con la empleada del almacén presuponiendo que el peinado con dos rodetes que recuerda a la princesa Leia ha sido hecho en su honor. La mina sólo quiere que le deje las galletitas rápido para seguir mandándose mensajitos con el novio, pero el repartidor del gigante camión rojo, entre chiste y chiste subido de tono, le pide que no se ofenda porque va a saludar a la del kiosco. En el drugstore lo reciben con simpatía porque siempre deja algo gratis, pero lo que la chica no tolera son los besos ruidosos que lanza al aire nuestro protagonista, Raúl, el camionero.

Entre tanto, varios conductores empiezan a los bocinazos porque el camión ocupa casi toda la calle. Raúl continúa su ronda de reparto de galletas y piropos, inmune a los insultos. Su trabajo demora más del triple del tiempo necesario porque toda alocución va matizada con un “mamita que lindo te queda ese jean”, un “gordita, lo que vos necesitás es que te hagan un pibe” o un “caramelito, qué cara de cansancio… ¿qué habrás estado haciendo anoche?”…

Matemos al repartidor no porque viola las normas de tránsito y de urbanidad diariamente, ni siquiera porque es más grasa que las nuevas galletitas Oreo bañadas en chocolate (que seguramente reparte), sino porque es el máximo representante de la concepción del medio de transporte como falo. El tipo deja el camión tirado en medio de la calle jodiéndole la vida a todo el mundo bajo la percepción de que como tiene un camión muy grande es el más poronga de todos. Sabido es que el tamaño del vehículo es inversamente proporcional al pene, y que quien presume de un vehículo grande lo hace por carecer de otras dotes. Esta noción, que antes sólo poseían las estudiantes de psicología, se ha generalizado tanto que inhibe a la mayoría de los hombres con pitos promedio a la hora de comprar un auto. Esto es, no importa que midas un metro noventa, que toques el cello o que te hayas ganado la lotería… ese autote que tanto te gusta no te lo vas a comprar para que tus compañeras de oficina no crean que sos un minidotado imbécil como el repartidor de galletitas.

Como si sus defectos fueran pocos, el repartidor es el típico exponente del que se envanece por logros que no le son propios sino de la corporación para la cual trabaja. El camión con el se pavonea no es suyo, las nuevas galletitas Pindonga que nos ofrece extasiado no invento de Raúl, y ese “nosotros” que a cada minuto cae de su boca resulta más patético que mentiroso, dado que la empresa de la que se siente parte no tiene idea de su existencia. En síntesis, con su camión y gran empresa Raúl se siente poderoso y exitoso sexualmente. Y así como todos los taxistas se creen ganadores desde que el desagradable Arjona inventara una canción en la que el protagonista seducía a sus pasajeras, los camioneros siguen fijados en su héroe setentista BJ Mackey. Se piensan muy atléticos porque saltan del camión acrobáticamente en vez de descender por la escalerita, aún a riesgo de estropear el finito pavimento electoral de Pulti (obviamente no son apolíneos, sino unos gordos bachicha con hábitos simiescos más parecidos al monito que a BJ)

Ante estos argumentos anticamioniles se nos podrá decir que los colectiveros y los propietarios de 4 X 4 ostentan también una grasísima actitud de valerse de sus grandes móviles para patotear a los otros, pero lo que más jode de los repartidores es el carácter no aleatorio que tiene encontrarse con ellos. Uno puede toparse o no con un forro en 4 X 4 por las calles de la ciudad; en cambio, una vez al día nos encontramos con Raúl, que obstruye nuestro pequeñito auto cuando queremos rajar del laburo, y mientras damos bocinazos lo vemos con esa cara de bobalicón feliz tan satisfecho de sí mismo que nos hace querer cagarlo a trompadas.

lunes, 22 de junio de 2009

Matemos a Patricia Montagni

Sos linda, guacha!

Esta entrada va a ser corta como el intelecto de la homenajeada. Matemos a Patricia Montagni porque no aprendió en Deportea siquiera a leer correctamente. No hay oración en la que no haga un furcio o se tiente. Odiamos que se haga la seductora y la simpática; y también el uso de eufemismos como “techitos amarillos” o “profesionales del volante”. Sus referencias cariñosas y contenedoras no lograron ocultar el tono amarillista para informar el asesinato del taxista (del que dijo que le faltaban dos materias para recibirse de abogado, cuando estudiaba para ser personal trainner).

Lo más grave es el fraseo para leer las noticias: parece que nadie le enseñó que una oración es una cadena de palabras separadas por silencios; para ella, los enunciados se separan cortando las frases donde se le canta. Cual cantante de jazz sexy, se le ocurre innovar e improvisar en las pausas, que encima están matizadas por bossa. Así nos cuenta:

Desapareció...

[ tres segundos de “Garota de Ipanema”]

avión que se dirigía desde Brasil hacia…

[acordes de guitarrita, unos seis segundos]

Paris. Hasta el momento no…

[cuatro segundos con cuerpo bronceado….]

Se encontrar vecios… vestigios. [furcio seguro y no entendiste qué se cayó, dónde, si encontraron algún chango nadando, o si era la traducción de la letra de Jobim].

Este post debería leerse con música de fondo, la música deprimente con la que nos castiga Patri. No sólo es retro, sino también es mersa y suicida. Baste un ejemplo: enterarse de la caída estrepitosa de los mercados europeos con “Menta & limón” de Roque Narvaja. Bastante le cuesta a uno salir de la cama en el junio marplatense como para adicionarle esta cuota extra de grasada triste. Si no nos tiramos al mar cual Alfonsina, es sólo porque intuimos que va a estar helado.

Por supuesto que la mañana de universo tiene el tono alarmista de casi todas los programas informativos y periodísticos de radio y televisión de nuestro país, temática que Capusotto ni siquiera llegó a parodiar. Con el agravante, en este caso, de que con Patricia nunca sabemos qué carajo pasó.

Patri, igualmente, debe condensar sólo una parte minúscula de los tics de la radiofonía marplatense, que incluye:

  • la pésima lectura de frases o títulos en inglés
  • las opiniones frívolas y “bien pensantes” a lo doña Rosa
  • los errores conceptuales cuando se salen del libreto (confusión de nombres, afirmaciones equivocadas de fechas o países)
  • las preguntas pelotudas a entrevistados que se muestran absolutamente desinteresados en responder
  • los chistes pedorros, que hacen de Artaza un Seinfeld (o un senador)
  • los gestos artificiales de una supuesta camaradería entre los integrantes del equipo aludiendo a cosas que sólo ellos ven (el sweter apretado de la operadora) o saben
    la descripción enfática de lo que comen o beben (buscando el contagio para recibir más regalos)
  • la incontinencia verbal generalizada para llenar minutos pero que no se note
  • la narración de anécdotas personales (¡!)

La lista es infinita pero nos vamos a dormir para levantarnos temprano con nuestra locutora estrella (o estrallada).

sábado, 20 de junio de 2009

Matemos a los que tienen Facebook

Nelson Castro se preguntaría, con ese insoportable tono de director de escuela hablándole a la pantalla, qué consecuencias sociales puede traer Facebook. Y obviamente daría una respuesta obvia incluyendo las obviedades que todos dicen: representa un concepto artificial de “amistad” y es sumamente peligroso. Como nosotros no somos Nelson Castro (todavía no nos censuraron, no recibimos solidaridad de nadie ni tenemos una cicatriz en el cuello para mostrar en cada plano) no vamos a apelar a esos argumentos inconsistentes para destruir Facebook.

En primer lugar, no podríamos hablar con autoridad acerca de qué es la amistad, justamente nosotros. Además, nada está dicho sobre este concepto que hasta puede empapelar las verdulerías en desideratas color naranja con definiciones como “El verdadero amigo es como la sangre, que acude a la herida sin ser llamado”, “La amistad es el ingrediente más importante en la receta de la vida” o “La amistad es como la salud: nunca nos damos cuenta de su verdadero valor hasta que la perdemos”.

Es verdad: acabamos de citar frases baratas; veamos entonces las iluminadas ideas de Elio Aprile, publicadas en el nuevo número de su revista Transiciones (¿año quinto?): “Sin amigos, el vino no es más que uva líquida extraviada en la garganta, el café apenas una taza pintada de negro y las madrugadas un imperdonable error de la noche” (¡ésto es imperdonable Elio!) o “Bienaventurados los que en medio de la selva turbia, que siempre está, pueden encender el nombre de un amigo como un rayito de luz.” Si esto es amistad, ¿por qué no puede serlo una cara de nabo desde una pantalla?
Por otra parte: ¿recién ahora nos vamos a rasgar las vestiduras, mecer las barbas, tirar de los pelos por la posibilidad de que la CIA, la SIDE o cualquier servicio de inteligencia (¡qué eufemismo!) sepa quiénes somos o qué hacemos? Vamos muchachos, estamos en la era del acceso a la información… ¡ah! ¡Y vivimos rodeados de encargados de edificios!

Matemos a los que tienen Facebook porque muestran impunemente su vida privada como si tuviera algo de interesante: madres fanáticas de sus hijos con piojos incluidos, estudiantes que cuentan por qué número de apunte van, escritores frustrados que piensan que ya tienen lectores porque cuatro amigos le comentaron sus notas o el primer capítulo de una novela, gente que comenta el clima y cualquier tipo de asociación que esto tenga con su estado de ánimo, miembros de la “inteligentzia” (volveremos pronto sobre este punto) que nos esnobean hablándonos de libros que nadie conoce, políglotas falsos que publican las tres frases que saben en portugués, inglés y alemán; nerds que pretenden mostrarse como gente piola contando detalles de sus patéticas salidas nocturnas, los Guillermo Andino que se hacen los informados publicando boludeces de la actualidad, bueno, casi todos ustedes tendrán Facebook como para continuar esta lista (o pedirán claves prestadas, como nosotros, para hacer un estudio como éste).

Un párrafo aparte merecen las fotos: antes uno elegía para un álbum las fotos en las que salía favorecido. No obstante, en esta red la gente se muestra rolliza, ebria, dientuda o con braquets (joven argentino: si tienes entre 30 y 50 años, llegó la hora de arreglarte los dientes, y decirle al mundo “sí, parezco Hannibal Lecter y me la banco”), sudorosa en pista de baile, aparentemente drogada o sólo bajos los efectos de medicamentos psiquiátricos… cuanto más feo salgo, más auténtico soy, parecen decirnos. Los peores son, sin embargo, los que cuelgan fotos abrazados a su mejor amiga que, oh casualidad, se parece a Shreck o tiene el pelo como Gorosito, y en esa comparación sale ampliamente favorecida. Matemos a los que tienen Facebook porque no sólo publican sus fotos, incluso aquellas en las que no queremos estar, sino que también las etiquetan y te mandan al frente.

Matemos a los que tienen Facebook porque creen que piensan sólo por contestar esa pregunta existencialista inicial “¿Qué estás pensando?” Y se esfuerzan verdaderamente por poner algo cool que, obviamente, no les sale. Tendríamos mil ejemplos para dar pero son muy tristes.
Pero Facebook no sólo te obliga a tener amigos sino también a tener cosas en común con ellos. Para eso existen los grupos, una función a partir de la cual uno puede formar parte, pertenecer, a cosas tan idiotas como “Cambio tesoros del Vaticano por comida para África, te apuntás?” (los solidarios), “El 20 de junio, cambiemos nuestra foto en Face por la bandera Argentina”, “Basta de inseguridad en las calles” (los chauvinistas y fachos) o los famosos “Yo también…” (es decir, los pelotudos): “yo también hago pelotitas de silicona líquida”, “Yo también le doy la vuelta a la almohada para poner el lado frío” o “Yo también digo que voy llegando cuando recién voy saliendo de mi casa!”.

La moda es unirse en la virtualidad; en la realidad sería imposible: ¿hay alguien que de veras quiere conocer a un integrante de “Yo también he escrito mi nombre en los cristales empañados”? ¿En serio tenemos ganas de volver a ver a nuestros compañeros de la primaria, ahora fracasados o súper exitosos (no sabemos qué es peor…)? Estamos seguros de que en esta red todos tomarían mates virtuales hasta con Fernando Peña si viviera. La lógica de los grupos es la siguiente: me tiro un pedo ¡armo un grupo en Facebook!

Hay algo que nos parece divertido, sin embargo, en todo esto: la psicosis y los debates intelectuales que se generan acerca de admitir, aceptar, rechazar, unirse a un grupo, ser fanático o enviar regalitos a otros amigos. Por un rato se puede sentir el placer del ejercicio stalinista de poder (en definitiva nuestras decisiones se basarán en una fotito y dos datos pedorros del perfil) pero pronto seremos presa nosotros también de las decisiones arbitrarias ajenas ¿Por qué mi vecino, que siempre me pide yerba hace tres días que no responde mi solicitud de amistad? Preferimos que sea porque lo van a sacar agusanado de su casa antes que cruzarlo en el pasillo y no poder mirarlo de frente.

Lo peor que tiene Facebook es la flanderización de la sociedad: todos son buenos, solidarios, lindos, pensantes, comprometidos, tienen tiempo y mucho… pero en la virtualidad, ¡así cualquiera! Facebook chorrea bondad y promesas de un mundo mejor y la idea de que es posible que no estemos solos, aunque es obvio que no hay nadie más solo que un nabo frente a una pantalla de PC (posiblemente en bolas), hablándonos del té de orégano que está tomando, pero que se jacta de tener un millón de amigos (ahora venimos a enterarnos de que la amistad tiene un límite: sólo se permiten 5000).

Matemos a los que tienen Facebook pero no a quien lo inventó: ese pibe es un genio, porque con un programita condensa todo el patetismo y las imágenes más chotas de la humanidad: una señora sesentona con escote pronunciado y con fondo de fiesta electrónica es más agresiva y deprimente que cualquier foto sobre la guerra de Vietnam.


(NdR: juramos que todas las citas son ajenas; aunque quisiéramos no podríamos haber igualado la calidad de su contenido)

viernes, 22 de mayo de 2009

Matemos a los "bien pensantes"

El bien pensante tiene ideas políticamente correctas en todas las situaciones posibles. No le importa ir contra todas las evidencias: si se encuentra con un negro, un tullido, un judío o un árabe siempre estará dispuesto a encontrarlo víctima de alguna discriminación injusta. No le hace mella que el negro le choree la billetera, el paralítico lo atropelle con la silla de ruedas, el judío le cague cien pesos y el árabe vaya a comer a su casa atado a dos kilos de trotil. Y encima está dispuesto a cagarnos a pedos por prejuiciosos y horrendas personas si nosotros decidimos expresar lo que se nos canta.
Es tan adicto a los eufemismos que no le alcanza con decir “no vidente”, persona de “bajos recursos”, persona con “capacidades especiales”, sino que hasta cuando juega al ajedrez elige siempre las piezas de color.
Hasta en el momento mismo de ser asaltado se pone a conversar con sus captores acerca de que todo la situación tiene su origen en las injusticias sociales:- ¡Violencia no es que me apuntes con un arma, sino que yo tenga un cero kilómetros y vos un Falcon oxidado!
Si escucha que un enano fue desaprobado en un examen de italiano, en seguida se pone de parte del hombre pequeño, no importa que el enano no haya aprendido una sola palabra en el idioma de Dante: seguro que la profesora da clases para gente de otra altura. Si un deficiente mental no puede ingresar en un posgrado es una injusticia horrible, y jamás le van a parecer satisfactorias las nerviosas explicaciones del responsable de la alta casa de estudios que intentará no ser tildado de nazi por decir algo tan obvio como que un tonto no puede ser un doctorando.

Lleva los formularios del INADI a donde quiera que vaya. Le parece tan de matones los carteles de “La casa se reserva el derecho de admisión y permanencia”, que deja entrar a su propia casa a absolutamente cualquier fulano.
Lo malo es que el virus bienpensante va infectando silenciosamente la sociedad. Con el resultado previsible de que todos estemos pensando antes de hablar: ya no se le puede decir gordo al gordo, ni bizco al marido de nuestra presidenta. Se torna todo tan absurdo que uno añora un mundo sin eufemismos en el que, por ejemplo, las publicidades apelaban a lo efectivo: todos queremos pertenecer, tener plata, ser lindos y aceptados. Si alguien hoy osara hacer una propagando como la de Kickers hace unos años, que tenía una consigna simple y clara: “Con Kickers; sí; sin Kickers, no”, se le aparecería el bien pensante y sus amigos a lapidarlo en la plaza.

Por la vía del no decir y fingir que todos somos iguales, cuando lo que más abundan son las diferencias, dentro de poco el bienpensante en el poder nos va a obligar a acostarnos con las mujeres feas, regalarle nuestras posesiones a los pibes que fuman paco, dejar que administre nuestros ahorros un analfabeto y entregarle nuestra hermana a un presidiario de Batán.
Como si no tuviéramos bastante con cuidarnos del colesterol, proteger el medio ambiente, evitar las amenazas del supermercado con no darnos más bolsas de plástico y tener que llevar las latas de tomate sobre la cabeza… parece que en todo grupo de amigos hay ahora un infiltrado bien pensante listo para denunciarnos si nos atrevemos a decir, en un asado después de tomar medio litro de vino, que el “obrero de la construcción” que vino a hacer un trabajo a tu casa cobró cien mangos y no vino más, es un grone cabeza de corcho. En ese momento comienza a ulular una sirena, te iluminan con un reflector mientras te señalan con un dedito acusador y dicen por altoparlante: ¡FACHO, FACHO! y tus hijos se ponen una bolsa de papel (que les dieron en Disco) en la cabeza porque se avergüenzan de vos y no quieren que sus amiguitos los reconozcan.

lunes, 16 de marzo de 2009

Matemos al encargado de edificios

En momentos como este en el que los famosos sufren por la pérdida de sus fieles empleados (floristas, personal trainers, etc.), llaman a la población a movilizarse y a la pena de muerte para que se instale, tal vez no sea conveniente meterse con una raza de sujetos que seguramente se desviviría por trabajar para la realeza del espectáculo, pero se hace necesario decir de una buena vez lo que todos los que vivimos en un departamento pensamos en reiteradas oportunidades: matemos a los encargados de edificios.
Sabido es que los porteros muchas veces han actuado como buchones de las fuerzas parapoliciales en los ’70, que les fascinaría vivir en Cuba para ser los controladores de manzana y que darían todo lo que tienen (departamento, cable y plomero gratis) por ser los esbirros de Susana Giménez denunciando cualquier actitud sospechosa en el espacio en el que son dignatarios.
No nos engañemos: sólo estamos en este mundo para buscar un pedazo de territorio del cual podamos designarnos, sin culpa, señores feudales. Sólo un hombre pudo lograr este sueño, sin que nosotros, sus vasallos, sepamos alguna vez de qué se trata. Desde nuestra cabeza pequeñoburguesa pensamos que el encargado es nuestro empleado y que se dedica a velar por nuestro bienestar; sin embargo, este sujeto domina todo el territorio edilicio y desde las sombras (detrás de una escoba) controla nuestras vidas.
Con o sin bigote, con o sin llavero ruidoso colgando de su cintura, con o sin panza, con o sin pantalones color caqui (o bombacha Ombú), el encargado emprende sus tareas diarias como si en eso se le fuera la vida, y saca lustre o limpia vidrios arremetiendo con más fuerza si nos ve pasar: “esto sí es trabajar”, parece decirnos.
Una característica irritante del encargado es que pretende que no se ensucie lo que se limpia. Cual si fuera nuestra madre, refunfuña porque en día de lluvia dejamos agua y barro en el palier que acababa de limpiar o nuestro sobrino apoya sus dedos en el vidrio de la entrada. Sólo falta que se enoje porque nunca estamos en casa y nos espete: “¿qué te pensás? ¿qué esto es un hotel?”
No hay nada mejor para él que limpiar la vereda: desde ahí puede poner cara de culo abiertamente si pasa alguien caminando, obligándolo a bajar a la calle o baldeándole los pies. Puede, además, seguir con absoluta libertad los movimientos del barrio y del edificio, obtener información y luego, cuando lo necesita, soltar estratégicamente algún dato en el momento conveniente. De esta forma, hace que el dueño del perro del 2º F encare a la jubilada del 2º D por supuestas quejas o que el nuevo ocupante del 5º A sienta que será observado desde un panóptico por el resto de los habitantes del edificio. Si todos andan peleados es porque el encargado urdió una trama novelesca para verla gratuitamente en vivo y en directo. Es un genio.
Otra cualidad que hay que reconocerle puede también sacarnos de las casillas: habla de cualquier tema y sabe de todo: clima, chimentos, enfermedades y muertos, fútbol (aunque sean de Independiente), mecánica del automotor… y sus conocimientos son siempre enunciados como consejos paternales en el momento exacto en que se da cuenta de que no nos interesa absolutamente un carajo lo que tiene para decirnos.
No obstante, todas estas son pequeñeces frente a la verdadera misión encargadil. Esto es: saber todo, absolutamente todo, sobre la vida de sus custodiados. Es un secreto bastante bien guardado que existe un torneo inter-porteros (el Gran DT de los encargados) para determinar la ocupación de los nuevos dueños e inquilinos de los departamentos. Por los horarios, atuendos o fragmentos de conversaciones, el encargado determina (y anota prolijamente en la planilla que le suministra la asociación) y en menos de una semana, si se trata de un rentista, una amante mantenida, un oficinista, un estudiante, un agente inmobiliario o un gato fino. Nadie escapa a sus determinaciones sociológicas.
Pero allí no termina su trabajo: luego se dedicará a la vida sentimental, composición de la familia, determinación del grosor de la billetera y cuenta bancaria. Hasta tal punto podemos sentirnos vigilados en nuestro propio domicilio que inventamos absurdos estratagemas sólo para no darle al encargado un dato más sobre nuestra vida: estacionamos el auto nuevo en una cochera a dos cuadras del edificio y nunca lo dejamos en la puerta; no permitimos que nuestra chica nos visite en casa, aún a riesgo de que crea que estamos casados, vivimos con nuestros padres o somos unos sucios; disimulamos la bolsa con la comida de la rotisería, sacamos la basura con nuestras propias manos hasta el edificio de al lado, nos hacemos mandar la correspondencia a la casa de un amigo... Igualmente, con una red de espías que abarca toda la ciudad, el encargado siempre sabrá cuáles son nuestros movimientos e intenciones.
Pero no nos demos por vencidos del todo porque hay una raza superior que, cual Darth Vader, logra neutralizarlos… por suerte tenemos al siniestro Administrador.

lunes, 12 de enero de 2009

Matemos a los boy scouts


Estamos pipones de tanta comida navideña y bebidas alcohólicas; de tanto saludo y reuniones grupales para despedir el 2008, de tanta vida familiar y controles policiales.
Nos sometimos a una cura de agua mineral y frutas tropicales pensando que esto podría atenuar no sólo nuestro pésimo estado de salud, sino también la maldad de nuestros pensamientos, y en una de esas, hasta evitar para siempre la continuidad de este blog… pero no, estamos de regreso con uno más.

Matemos a los boy scouts porque, por alguna razón que se desconoce, representan indiscutidamente la bondad y el altruismo, la solidaridad y la ayuda desinteresada ¡Una farsa! Llegó el momento de desenmascarar a esta secta.
No estamos contra los boy scouts en razón de sus oscuros orígenes junto al imperialismo británico, ni porque hayan ayudado a matar negritos en África. Tampoco porque hayan florecido junto a asociaciones católicas con un afán obvio de controlar y encuadrar a la juventud. Ni siquiera porque esta génesis garantiza un malsano placer militarista por recibir órdenes e impartirlas: al pibito que detiene el tránsito para dejar pasar a un cieguito o una marcha católica que corta las calles le importa un carajo el no vidente o la virgen en alto, lo que le encanta es que ÉL no te deja pasar a VOS).
Pero, en la sociedad actual: ¿para qué sirven? Si te quedás encerrado en el ascensor, ¿dónde está el boy scout? Si te caga tu novia ¿viene un boy scout y te consuela? Si te pierde la canilla, ¿saben cambiar cueritos? ¿Qué saben? ¿Dónde están cuando uno los necesita? ¿Qué los hace "sacrificarse" por los demás? ¿Por qué siempre están contentos?
Por otra parte, dudamos seriamente de su inteligencia. El boy scout piensa con la lógica del grupo, funciona en relación a los que sus compañeros y superiores (sí, hay jerarquía, así que hay algunos nabos que creen en esto durante más tiempo) hagan o digan.
El boy scout se cuelga el pañuelito del cuello, se pone la camisa adentro del bermuda y se calza la gorrita con insignia para salir de campamento y planificar un mundo mejor… Nada de esto es loable.
Todo esto puede ser confirmado por un hecho irrefutable: nadie confiesa haber sido boy scout, o lo hace tímidamente entre risas, luego de haber consumido alguna sustancia. Nadie dice en su primera cita: “Fui boy scout”, ni vamos a leerlo en un curriculum vitae.
Los boy scout no merecen las consideraciones positivas que arrastran, son un fiasco y esta sociedad en extinción confirma que no sirven absolutamente para nada.