jueves, 15 de abril de 2010

No tenemos sucursales!





Verán por la calidad de los comentarios a nombre de matemosalasballenas que no somos nosotros, los que administramos este blog, los que los escribimos (y tampoco armamos otro blog)
Nos sentimos como Batman en "El caballero de la noche"; gracias a los imitadores: si quieren ayudarnos a bardear gente, suerte!




miércoles, 14 de abril de 2010

Matemos a los papelnonos


De todos los post que hemos publicado hasta la fecha, éste, tal vez, sea el más inútil. Dejar que las cosas sigan su curso natural y el ciclo de la vida consiga su propósito pareciera ser una buena opción. Pero, como buenos protestones, herejes, pisa brotes y, en este caso, pisa hojas que deja el otoño, entre las muchas cosas que somos y nos adjudican –eso siempre es lo más jugoso- no queremos que pase inadvertido un fenómeno social que ya -según recientes investigaciones- se está extendiendo hacia otras ciudades de nuestro país. Por lo tanto, no queríamos dejar pasar nuestra oportunidad para expresarnos, como siempre lo hacemos desde la más absoluta cobardía que nos confiere el anonimato.

Resulta, amigos lectores, que la ansiedad nos carcome en tanto que la paciencia y la tolerancia no parecieran ser nuestros mejores atributos. En cambio, sí, el inconformismo y la maldad son terrenos fecundos para nuestras diatribas. Deseosos entonces de no esperar sentados a que las leyes biológicas lleven a estos viejos chotos al inapelable camino del campo santo, nosotros proponemos una muerte más digna y algo más rápida. No nos motiva la crueldad para semejante propuesta pues ésta es sólo un medio, sino más bien el peligro que traen aparejados los avances en la medicina actual y su impacto en la longevidad de un sector etario poblacional. La ciencia no ha reparado en que sus avances no tributan en una mejor calidad de vida para todos. Queremos decir: tal vez estos dulces viejitos que hacen mímica con una trompetita de mierda y pretenden que pensemos que hacen música estén contentos pero, señores, esto es a costa de los boludos que tuvimos que fumarlos en alguna ocasión. No es, por supuesto, un fenómeno aislado y como una reacción en cadena surgen toda clase de grupos y asociaciones: club de orquídeas, nonos pelotudos en moto, centro de jubilados de la chota, abuelos lee mierdas, ancianos del mundo uníos, entre otros.

Es cierto que estos grupos difieren en cuanto a su capacidad de rompernos las pelotas a los distraídos que cada tanto nos topamos con ellos. Desde este escrito advertimos con la intención de que nadie caiga preso en un recital de estos voluntariosos abuelitos, al menos sin conciencia. Los que están cagados son los estudiantes de todos los niveles que deben verlos y escucharlos de forma obligada en algún acto escolar. ¡Pobrecitos nuestros niños; que ponga atención el Ministerio! Lo peor para nosotros los más grandecitos puede sucedernos en una de estas patéticas ceremonias y detectar junto a nosotros a un asistente emocionado hasta las lágrimas, sacando chispas a las palmas de tanto aplauso. No nos engañemos: esto es simplemente culpa por el abuelito que no visitaron en la puta vida.

Lo más riesgoso para la especie toda es que estos entusiasmados cuerpitos en decadencia crean ser parte de algo importante para la sociedad. Ante tal pretensión, convendría reflexionar acerca de cómo es que si no pudieron hacer nada trascendente con sus vidas es posible que lo quieran hacer con el último aliento. No jodamos ¿alguien serio se imagina a un Osvaldo Bayer soplando un chiflido insoportable? En Cuba, por poner un caso, tienen a Buena Vista Social Club, acá tenemos a los pedorros Papelnonos. He aquí la cuestión; porque detrás de estas mentes ya confusas por años de grasa en las arterias se halla un pelotudo mayor que los convence de estas atrocidades. Nos referimos al psicólogo Jorge Strada, mentor de que nuestros mayores tengan que hacer “ruido con bombillitas de papel”, como él mismo dice en la página web de la asociación devenida en fundación, pero un “ruido interesante”, aclara el muy zapallo.

Matemos a los Papelnonos, claro. Pero primero hagamos justicia con el responsable para que no siga reclutando huestes de seres envejecidos y aburridos para ensalivar cartulinas. Después prendamos fuego las cornetitas esas de mierda; con un fosforito basta para la tarea. Entonces, sí, hagámosle el favor a los viejitos para que a nadie se le ocurra seguir exponiéndolos al ridículo.

Por último, para que no se piense que esto es pura destrucción, hacemos pública nuestra propuesta: atendamos bien a la tercera edad, que sigan subiendo las jubilaciones de los nonos, así, sospechamos, más de un interesado nietito pasará a visitarlos un domingo cualquiera en busca de algún mango. Más vale viejo acompañado que cien haciendo ruidos lastimosos.


Una muestra...

jueves, 8 de abril de 2010

Matemos a los que leen poesía


Participación que ni pedimos ni vamos a pagar, pero nos la hicieron llegar y parece que es alguien que conoce el paño. Gracias, insufrible oyente de poesía!



El género de la poesía tiene la peculiaridad de tener más escritores que lectores (todos escribieron un poema cuando los abandonó la novia, pero los compradores de libros de poesía son un mito urbano). Si pensamos en esta característica podremos inferir que los poetas, por más que parezcan humildes o cándidos son gente ególatra y resentida. Y por eso, llevan a cabo esas nefastas ceremonias narcisistas que denominan pomposamente “Lecturas de poesía”, “Festivales de poesía”, “Poesía para todos”, “Agarráme la metáfora” o cualquier título que se le parezca.

El típico lector de poesía (léase: autor de poesía que nos va a torturar leyendo sus versos en voz alta) toma un sorbo de agua mineral con gesto impostado que parece más propio de una conferencia en el London School of Economics que del borracho tomador de Brahma que todos conocemos.

Comienza entonces la lectura de una poesía sin métrica, rima, ritmo ni pizca de musicalidad, en la que nos confiesa su tortuosa interioridad. Durante los primeros cinco minutos, el auditorio finge escuchar e interesarse, pero luego inevitablemente se dispersa. Un grupo de chicas se queda mirando la vestimenta de las otras, celosas y molestas porque lograron un vestuario, peinado y maquillaje más excéntrico que el suyo. Aunque hayan pasado toda la tarde experimentando las peores combinaciones posibles entre calzas chillonas que malamente contienen culos caídos, zapatos de la abuela, remeras con inscripciones raras, chalecos, pines y carteritas bizarras, sus competidoras han logrado superarlas al ponerse polleritas cortas con piernas llenas de pelos, zapatillas all star tan rotosas que parecen sandalias, remeras ajustadas con estampados feos que lamentablemente exhiben las partes rollizas y pseudos tapados de piel aunque haga cuarenta grados. Los flacos, con infaltables anteojos gruesos de marco negro y morrales cruzando cuerpitos flacuchos (la mayoría de las veces), se jactan de no ver TV o no chequear mails muy seguido, y al toque sacan celulares de esos con tapita, de casi última generación, en donde esperan infructuosamente respuesta de una señorita a la que no logran meterle ni el verso.

La distracción es comprensible porque el poeta habla con metáforas horrendas de su sexualidad misteriosa cuando desde hace años todos sabemos que es puto, y uno, para contar cosas así debería pagarle a un psicólogo y no aturdir al mercado cautivo de los que concurren a las lecturas de poesía como única forma de interactuar con otros freaks y lograr coger.

La plaga urbana de las lecturas de poesías recorre la ciudad intentando contener la producción de una ciudad que tiene prácticamente más poetas que bandas de covers. Afecta a la librería de extramuros en zona de boliches y familias con varios chicos y un perro, que están durante el fin de semana buscando ese puto libro que pidió la maestra y sólo aspiran a terminar dentro de cien años de pagar el crédito de sus chalecitos; no les importa una mierda la cultura en general, ni la poesía en particular, ni menos aún ver el aluvión zoológico de nerds que hoy asalta el almacén barrial.

El mal aquejaba también a librería céntrica a la que le encantaba (ahora, pasó a mejor vida a pura liquidación) cobijar escritores desheredados (por unos padres hartos de que su hijo se finja artista y nunca pruebe una vida más vulgar que la del mantenido), en un antro que se pensaba como reducto de la cultura, pero ni bien levantábamos los ojos veíamos estanterías plagadas de libros de autoayuda: qué se puede esperar de un negocio cuyo nombre era… ¡una pregunta! (que se asemeja a las que nos hacía la más pelotuda y evaluadora de nuestras profesoras del colegio).

Pero el problema avanza por las calles locales cual típica inundación marplatense y también aqueja hasta a un “multiespacio” de la calle paqueta(e?) en la que las chetas teñidas de rubio con las tetas hechas mirarán con asco desde sus 4 X 4 la horda de artistas que intenta llegar a su punto de encuentro. Sin embargo, los poetas y su auditorio en algunas ocasiones no pueden arribar a la meca del snobismo cuyo nombre es un compositor noruego mucho más ignoto que el de la librería céntrica, porque los taclea la policía para pedir antecedentes y, en otras, porque se deprimen mirando vidrieras la ñata contra el vidrio y por qué mierda habré elegido la vida bohemia.

Terminada la horrible lectura sólo queda lo peor: los poetas, sus familias y amigos elogiándose entre ellos y la desesperación por vender una plaquetita hecha en cartulina de colores que los convenció de pagar la pitonisa de la poesía local, que distribuye los colores de las cartulinas tan aleatoria y caprichosamente como sus favores, y a la que se ve en los eventos rodeada de un séquito de abollados pollitos aterrorizados de sacar los pies del plato. (Tampoco deberíamos olvidar al desdichado grupito de poetas humillados por la pitonisa y su séquito, que, condenados a morar en oscuros sitios con menos visitas que Videla en el día del amigo, viven preguntándose por qué no los dejen ser parte de la caterva de iluminados y no miserables concurrentes de sus reuniones de cuarta.) El afán de trascendencia que persiguen es ilusorio porque:

a- Nunca nadie se transformó en Mick Jagger haciendo versitos.

b- La pitonisa es como un ombú debajo del cual no crece nada.

c- Es amiga de la insufrible Beatriz Sarlo (no tiene nada que ver con nada, pero queríamos decirlo).

En síntesis, las lecturas de poesía sólo pueden tener interés antropológico para ver gente con vestimentas y patologías mentales extrañas. Pero a la segunda o tercera vez nos damos cuenta de que la veta se agota porque son un grupo endogámico que se renueva poco y que al reproducirse internamente logrará productos cada vez más extraños y deformes como la realeza europea, pero sin guita ni glamour.

Matemos a los poetas que hacen lecturas, sus revistas feas y pomposas, sus plaquetas mal impresas, sus libros con menos diseño que un panfleto del Partido Obrero, porque son unos impostores que creen superada una poesía que ni leyeron, “creando” un magma informe que ni siquiera representa algo under (porque son chicos de la facultad de Humanidades, o parecido, cuya experiencia más fuerte fue fumarse un porro, pelearse con la novia de la facu o la muerte de su abuela de noventa años), y encima tienen un airecito superior como si por escribir unos versos poco inspirados en papel fotocopiado el resto de la urbe debiera rendirle al bardo pleitesía.

Ay, qué tiempos aquellos, los de grandes poetas como Sobrón, con famosa profesora de Letras presentándole sus libros en mesa con mantel rojo, micrófono y jarra de agua…