martes, 12 de julio de 2011

Matemos a los jardines de infantes



Los jardines de infantes son esos extraños recintos plagados de mujeres infantilizadas, olor a caca y discos de Adriana cantando “Ronda ronda ronda redonda”. De afuera, es fácil reconocerlos por la cantidad inverosímil de autos en doble fila, combis naranjas y mugrientas, y montones de pendejitos haciendo quilombo mientras las madres se cuerean con el mayor disimulo posible mientras tratan de que el resto vea lo buenas y lindas que son.

Detrás de tanta ternura, proliferación infinita de niñitos saltarines y gritones, sonrisas estereotipadas de maestras en realidad agotadas y canciones infantiles con voces agudas e insoportables, se esconde un verdadero dolor de huevos.
Dolor de huevos de las docentes hartas de los doble turnos: arrancan a las 7 de la mañana, recibiendo a esas hordas de pequeños desenfrenados, a veces llorosos, a veces empapados en moco, hiperkinéticos porque en la casa no se les ocurre ponerles un freno (Ay, vos retalo, seño, cualquier cosa, Facundito está re bravo en casa). Y el pibe arrancó la mañana pegándole una patada voladora de power ranger enfurecido mientras le gritaba “Te voy a mataaaar!”. 
Se tienen que bancar a padres/madres hinchapelotas al máximo, que si el nene extraña que me llamen, que el delantal vino manchado de témpera, que no corra mucho en educación física porque hace dos semanas tuvo tos.
Se tienen que morfar a la directora, la vice directora, la inspectora, corriéndolas para que planifiquen a tiempo las mismas boludeces de siempre, coordinada con la compañera de sala, que sea original pero no tanto, que ese detalle, que tal otro, y la pobre seño se pasa con los nenes diez horas entre un jardín, el otro y la corrida del medio (bondi que tarda, le resta los quince minutos que le quedan para el sanguchito y para calmarse del ataque de los nenes de sala de tres años antes de tomar la sala de cuatro del siguiente cargo).
Dolor de huevos para los padres: Papis para mañana tiene que venir disfrazados del Zorro y Mujer Maravilla, para el jueves que los nenes vengan con seis rollos de papel higiénico y un sombrero para decorar, para el lunes necesitamos que se presenten a las 9.45 para compartir la ronda con los niños. Y a vos no te dan el día en el trabajo, pero si no vas sos un hijo de puta que no se interesa por el hijo o un irresponsable que no le mandó la quinta boludez que te pidieron en el mes (material de desecho, cordoncito fucsia, vasito de telgopor, medio metro de tela de tul celeste). 
Ni hablar de las actividades como actuar, salticar, cantar y hacer de boludo mágico en las reuniones “interactivas” con los nenes y las maestras, tan contentas y convencidas de que es re re lindo lo que nos hacen hacer a los padres, avergonzados, rotos las pelotas.
Y es curioso cómo estas docentes -antes de entrar en años y kilos y maquillajes y salidas con colegas penosas como ellas- tienen una particular tendencia a participar en los actos disfrazadas de personajes con poca ropa. Además de boludas, atorrantas. Eso explicaría las ganas de los chicos de ir al jardín.
Para compensar las ganas de los papis a entrarle a las seños, ahí andan las madres, meta mearse con el nabo del profe de gimnasia. Es joven, alto, atlético, simpático y hace las delicias de las mamis. O es puto.
Dolor de huevos de los infantes, que tienen que crecer escuchando pelotudeces de jovencitas recién recibidas “porque le gustan los nenes” o pelotucedes viejas de minas a las que la vida les viene ganando por goleada. Infantes que tienen que luchas contra otros infantes que los tiene de pibe y los fajan a cada rato. Nenas que quieren salir de ahí con novio aconsejadas por la frustrada de la madre. Nenes que no saben limpiarse el culo pero que le pegan bien con las dos porque el imbécil del padre quiere que los fichen en Independiente antes de los diez años. Nenes y nenas que no entienden que momento del día es porque los padres los mandan natación, ingles, portugués, futbol, patín, computación, aikido y yoga.
Momento cúlmine: fiestita de fin de año. En Teatro Güemes, Colón, Auditorium y otros: si lográs entrar con vida y conseguir un lugar donde sentarte después de forcejear contra 300 barrabravas disfrazados de tías y abuelas, están las madres que se hacen las estrellas porque tienen esa única oportunidad en su vida, los padres que nos sentimos en la más degradante ridiculez disfrazados de conejo gigante y desproporcionado, o de árbol con un tubo de tela marrón agarrándonos las piernas y todo el tiempo a punto de caernos, tomados de las manos con otros padres tan pelotudos como nosotros. Y mientras nuestros pibes se nos cagan de risa, vemos a las maestras exultantes de felicidad, elevadas algunos centímetros del piso casi al nivel de Aleluya de Mozart, por nuestra patética actuación.
Así las cosas, luego de descubrir que Herodes se quedó corto, tenemos argumentos suficientes para matar a las maestras de jardín de infantes, a las directoras, a los padres y por qué no, a los niños.