miércoles, 29 de junio de 2011

Matemos a los tuiteros


Desde que tu vieja se abrió un Facebook etiquetándote en fotos familiares impresentables supiste que tenías que escapar de ahí: no le alcanzó con los cortes de pelo de campo de concentración nazi cuando tenías 7 años ni con los joggins de sospechosas telas a los 10 ni con los aplausos histéricos cuando te recibiste.
Pero el mundo virtual no se reduce al muro de los lamentos facebookiano,  Twitter es mucho más porteño, moderno y la mayoría de sus usuarios escriben desde Blackberrys: es el lugar ideal para vos. Claro que este estatuto superior vino a confirmarse recién  cuando Beatriz Sarlo, que viene buceando desde hace varias décadas en la mierda (desde las novelas rosas  hasta los video juegos), los definió como “la espuma de la espuma” (¿?).

Pero tuitero no es cualquiera y convertirse en tuitstar es tan complicado como tener un diálogo de paz, amor y sana competencia con los hinchas de  River en el entretiempo de su último partido en primera división. En primer lugar, hay que familiarizarse con el lenguaje: Avatar, RT, Fav, Mention, #, @, DM, Follow, UFF y  los insoportables verbos derivados de tales actividades como arrobar, favear, retuitear, hashear, etc, etc… neologismos casi tan perecederos como las denominaciones de las facciones  políticas en pugna en 2011 (¿binneristas, alfonsinistas junioristas, genetistas?).

Luego de aprender el idioma y las operaciones básicas necesarias, el tuitero necesita conseguir seguidores (convengamos que no tener seguidores de TW es como tener la mayor parte de tus amigos en FB con tu mismo apellido). Para ello bastará con operaciones similares a las de otras redes sociales o las del colegio secundario: chuparle las medias a los populares aunque la mayoría de las veces no entiendas qué están diciendo o a quién le están contestando. Curiosidades del campo: la gente asume que no coje, que es loser, que se pasa las horas frente a la PC, mientras que los ricos y famosos ponen frases cool desde su Blackberry en las playas del Caribe.

Otra cuestión interesante es el Perfil. Si bien en Facebook han proliferado las identidades truchas (o casi todos son Dr. Jekyll_y_Mr.Hyde, es decir, tienen una identidad legal donde son amigos de su mujer y tienen fotos con los chicos y otra, pirata, con foto trucada  que usan para chatear con minitas o espiarle la vida a la secretaria a la que siempre le tuvieron ganas), en Twitter la falsificación es la norma. Tanto el nombre como la foto y la biografía pueden ser absolutamente cualquier cosa. Algunos de tus “amigos” de allí se llamarán: La tostada loca, Margarito Perón, Orgullo zombi, Tengo Celulitis, Juana de Arcor, La vaca drogada, Mostro Punk o Edgar Allan Poett (nuestro preferido). En las fotos vale poner un cuerpo musculoso, un culo increíble, a la Mujer Maravilla o una  placa roja de Crónica: todo es tan permitido como absurdo.  Los únicos que aparecen últimamente con su nombre y fotos reales (más o menos reales, claro) son los políticos en campaña, que tienen que competir contra los perfiles truchos de políticos en campaña; en muchas ocasiones, mucho más creíbles que ellos.  
Un apartado especial merece la “Bio”. Los creadores de Twitter asumen que sus usuarios no tienen mucha vida, de manera que te dan 150 caracteres para que expliques quién sos. Una vez más la gente utiliza el espacio para mandar fruta: “No pertenezco al 98 % del universo femenino que necesita Activia para cagar”; “Militante activo contra el maltrato de instrumentos musicales”; “Fóbico, hincha pelotas, cómico frustrado, músico aún más frustrado, cantante cuasi afinado, lector compulsivo, deepcamboyano”; “Si buscás algo ingenioso te equivocaste de ventanilla. Es acá al lado”. Igualmente son preferibles estas biografías absurdas que aquellas enumerativas, insufribles, al estilo: “Madre, trabajadora, nac&pop, esposa, pero sobre todo MUJER”. Todo es mentira y a nadie le importa, se está ahí para fingir que somos otra persona: alguien más moderno, irónico, exitoso e inteligente sobre todas las cosas (y, ojo, cuesta ser inteligente aunque sean 140 putos caracteres). Lo malo es que como todos mienten descaradamente el Twitter no tiene la utilidad del Facebook para espiarle la vida a la gente.

Así como a todos les chupa un huevo la identidad real, tampoco importa un carajo que aquello de lo que se hable sea una flagrante mentira: en  Twitter todos los días muere algún famoso y no importa que puedas abrir una ventanita al lado para corroborar que es cualquiera, seguirás difundiendo la noticia trucha (“Murió Cacho Castaña”, “Murió Chávez”, “Marcela Morelo perdió un brazo en un accidente de tránsito”; “Gustavo Cerati guiñó un ojo”) y creyendo con igual firmeza en la que surja al día siguiente.

Obviamente, el Twitter, como el tránsito  o cualquier oficina, estará lleno de gente patética que tendrás ganas de asesinar. Especial mención merecen los arrastrados que dicen: “Te sigo, seguime”; “Vale la pena vivir la vida, plis RT”; “Tengo 199 seguidores, por favor que se sume uno más así llego a los 200!!!!” (a lo que contestás, obvio, dejando de seguirlo, así está en 198). Pero abandonemos a  estos usuarios borders y la descripción de sus conductas opas, no sólo porque son insufribles sino porque existe una excelente tipología de los usuarios de Twitter,  hecha por Blogpelotudo.

Una cuestión fundamental es la de los 140 caracteres. Todo debe ser dicho en frases que no superen esa extensión, lo que nos transforma  en insoportables  Naroskys (o su versión chilena mejorada, Jodorowsky) que vivimos inventando aforismos más o menos ingeniosos del estilo: “Vender un hijo, quemar un libro, fumar un árbol”; “Con miga no”; “Twitter es un arma de distracción masiva”; “Cuando un puto muere su alma vuelve al placard y se queda allí para siempre, ordenando la ropa por colores”; “Parka, esperá un Cacho”; “Siempre fui mucho más fan de los finales que de los principios”; “Violencia es mentol”; “Me da más seguridad un boliche de Chabán que Luchetti saliendo a cortar centros”; “Quiero profundizar la modelo” y otras gansadas por el estilo. Así que olvidate de informar, debatir, hacer campaña contra las drogas  y otras actividades fútiles por el estilo. Twitter es el espacio para los Pepe Muleiro de la red, los humoristas frustrados, o los frustrados a secas. En la vida del infeliz tuitero, cuando un tweet le gusta a más de cinco changos le regalan una estrella gigante, y si son más de cincuenta, un trofeo estilo Mario Bross (el favstar es un concurso imaginario en el que todos participan aunque no ganen nada). Es decir, cuando empezás a usar el Favstar para ver cómo rankean tus frases, estás completamente en el horno. Cuando tus tweets sean exitosos, llegues a un número redondo grande de seguidores o aparezcas en muchas listas, lo comentarás irónicamente en el propio Twitter: serás lo suficientemente canchero como para reírte de lo nabo que sos; pero no lo bastante como para dejar pasar el ínfimo logro.

PD: Por supuesto que todos los nombres, biografías y tweets son reales. Pueden entrar a buscarlos, hacerse adictos y no regresar más a la vida normal. Es lo que nos pasó a nosotros que entramos a ver qué onda y escribir un post y fuimos abducidos por esa mierda.

jueves, 2 de junio de 2011

Matemos al estudiante de teatro marplatense


Déjennos comenzar este post, ilustrados lectores, aludiendo a una cuestión central en el campo de la filosofía, a la que intuimos (por la calidad de sus comentarios) que están tan apegados. Nos referimos al problema largamente considerado del Devenir y la Inmutabilidad. Entendemos que les rompen las pelotas los posteos largos, y aunque –honestamente- nos chupe un huevo, tal vez los tranquilice saber que no pretendemos extendernos demasiado en el asunto… Sólo lo necesario para demostrar que hay un evidente, sólido lazo, que une los preceptos de Parménides y Zenón de Elea con el estudiante de teatro marplatense.
La cosa es así: hace unos 2600 años, más o menos, un señor llamado Parménides se ocupó de plantear algunas cuestiones referidas al ser, al ente. “Todo lo que es –dijo el tipo- es el ente; y es necesario, único, inmutable, inmóvil, inengendrado, imperecedero, intemporal e indivisible”. Tomá mate: de un plumazo el loco negó, entre otras cosas, la realidad del movimiento. “Lo que es, es inmóvil”, dijo.
Un discípulo y coterráneo suyo, Zenón de Elea, se despachó unos años más tarde con varias aporías, que seguramente les suenan, ya que fueron tópico frecuente de conversación en los pubs cancheros de la estimulante noche marplatense. Son las famosas paradojas sobre el movimiento: la aporía de los segmentos infinitos, y la de la bizarra carrera entre Aquiles y una tortuga. Según Zenón –y no lo vamos a contradecir nosotros-, el movimiento no es posible: “Todo movimiento, aun el menor arranque inicial, es imposible por el hecho de que presupone la superación de infinitos puntos (o segmentos) intermedios”. Dijo eso, y dijo que en una carrera entre Aquiles y una tortuga, por más velozmente que corriese el glorioso guerrero aqueo, siempre ganaría aquélla. Lo dijo, en serio. Si no nos creen búsquenlo en la wikipedia, no jodan.
Pues bien, lo que venimos a plantear, arponeros queridos, es que no hay manifestación más clara, prueba más irrefutable de la verdad que encierran los planteos de Parménides y Zenón de Elea, que la existencia del estudiante de teatro marplantense: eso sí que es un ente. Estudiante Neófito de Teatro Eternamente (ENTE), podríamos aventurar… pero es un poco forzado, lo reconocemos.

El asunto, señoras, señores, es que el marplatense que estudia teatro prueba con creces que el movimiento es imposible, que la inmutabilidad es esencial al ente. Ojo, se entiende: ¿quién quiere mutar su condición de estudiante por la de “actor realizado”, sabiendo que el rotundo fracaso es, lejos, la suerte más clara que se puede esperar? Hay más chances de cogerse de parado a Lady Gaga sobre una bicicleta sin rueditas, que de conseguir un pasar digno como actor o actriz en esta fecunda ciudad.
Lo que queda, entonces, es vivir de la ilusión. Armarse una burbujita de pedos, en la que el ente pueda sentir que es un artista incomprendido; la encarnación de los ideales de Stanislavski, Grotowski, Barba, Strasberg y Pipo Pescador juntos, en un medio hostil; un intérprete tanto más genuino y verdadero cuanto mayor silencio le devuelva la platea despoblada, sin quebrar su –autista- obstinación.
Todos conocemos a alguno de estos ejemplares, seguro que sí. Todos tenemos cerca a alguno de estos entes… los reconocerán porque cuando alguien les pregunta, “¿y vos qué hacés?”, responden con una sonrisa como de máscara, y cierta patética solemnidad: “Estudio teatro”. No dicen Trabajo en un supermercado, Mi viejo me pasa plata o Me rasco el escroto en una dependencia municipal, no. Dicen: “Estudio teatro”, como si dijesen Soy libre, He alcanzado una verdad sólo reservada a unos pocos o Tengo la suerte de haber descubierto tempranamente en la vida cuál es mi afortunado sino. Déjense de joder, chicos.
Pero lo que espanta, lo que de verdad da escozor, es todo lo que encierra esa breve afirmación. “Estudio teatro” quiere decir que el sujeto en cuestión ha atravesado, cargado de convicción, todas, o una buena cantidad, de las siguientes estaciones:
- Fue a un taller de juegos teatrales, en el que descubrió las posibilidades expresivas de su corporalidad. Allí: se frotó con personas prácticamente desconocidas; se arrastró –en jogging y camiseta- lustrando el piso mugriento de una sala tenuemente iluminada; y dijo largos textos utilizando una sola vocal, riendo con ganas, como si de verdad fuese gracioso.
- Asistió durante un tiempo a algún curso de clown (tal vez al tuyo, Yanícola, fiel lector de nuestro blog), porque sintió, como una revelación, que detrás de una naricita roja cualquier cosa era posible. Allí: se frotó con personas prácticamente desconocidas; practicó con fervor místico la “mirada a público”; “descubrió su clown interior”, al que bautizó con un nombre absurdo, y de quien habla –aún hoy- en tercera persona; participó de una varieté con un sketch pedorro, y prácticamente improvisado; y descubrió que, detrás de una naricita roja, uno sigue siendo el mismo pelotudo, pero bastante más ridículo.
- Se anotó en el taller de teatro de la universidad, porque pensó que, lo que en realidad necesitaba, era tener una base sólida en su formación actoral. Allí: se frotó con personas prácticamente desconocidas; aprendió a criticar a sus compañeros, y las obras de teatro a las que asistió desde entonces, con palabras importantes y feroces; descubrió el “teatro serio”; lloró en memorias emotivas, como si estuviese masturbándose en público, y le encantó sufrir acordándose de cuando se le murió aquel pez globo, reventado de comida.
- Fue a un seminario de Contact Improvisation, porque le agarró el gusto a frotarse con personas prácticamente desconocidas. Allí: se frotó, mucho, con personas prácticamente desconocidas.
- Se anotó en la EMAD, porque pensó que, bueno, al fin y al cabo, un título no viene nada mal. Allí: se frotó con gente que, a esta altura, ya conocía de todos los lugares anteriores; fue al pedo la mitad de los días, porque hubo paro, o faltó el profesor, o hacía mucho frío y no daba para hacer nada; y se fumó las puestas pretenciosas y pedorras de sus compañeros y compañeras, haciendo que aquellos se fumaran luego las suyas.
- Participó de intervenciones públicas, o performances, en las que se buscaba sorprender con un acto dramático e inusitado a personas que no lo habían solicitado y a quienes, en rigor, les daba bastante vergüenza ajena ver a un grupito de salames embadurnados de merengue y bailando alrededor suyo, muy cerca, como jugando al tradicional “¡El aire es libre, el aire es libre!”. La puta que los parió: si quiero ver teatro voy a pagar una entrada y sentarme en una butaca. No me jodan.

Simultáneamente a todas estas experiencias, nuestro ente fue presentándose a todos los castings habidos y por haber: publicidades televisivas en las que no quedó porque buscaban otro look, por lo visto sólo conseguible en Buenos Aires; cortos de estudiantes en los que, desgraciadamente, sí quedó, y luego anda mostrando como si fuesen maravillosos; películas que iban a revolucionar desde Mar del Plata la historia del cine nacional, pero nunca llegaron a realizarse; etcétera…
En fin, para ir cerrando este post, y que no lloren nuestros lectores menos lectores, podemos concluir que Parménides y Zenón de Elea fueron dos auténticos grosos en la historia del pensamiento, pero olvidaron atribuir algunas otras características al ente que definieron: a las ya mencionadas cabría agregar que éste es inconstante, inmaduro, insoportable, inseguro e improductivo. Un auténtico plomo.
El estudiante de teatro marplatense es una de las más radicales manifestaciones de nuestro patetismo local, una casta de sobresalientes impostores que merece, a no dudarlo, el arponazo definitivo.