lunes, 22 de junio de 2009

Matemos a Patricia Montagni

Sos linda, guacha!

Esta entrada va a ser corta como el intelecto de la homenajeada. Matemos a Patricia Montagni porque no aprendió en Deportea siquiera a leer correctamente. No hay oración en la que no haga un furcio o se tiente. Odiamos que se haga la seductora y la simpática; y también el uso de eufemismos como “techitos amarillos” o “profesionales del volante”. Sus referencias cariñosas y contenedoras no lograron ocultar el tono amarillista para informar el asesinato del taxista (del que dijo que le faltaban dos materias para recibirse de abogado, cuando estudiaba para ser personal trainner).

Lo más grave es el fraseo para leer las noticias: parece que nadie le enseñó que una oración es una cadena de palabras separadas por silencios; para ella, los enunciados se separan cortando las frases donde se le canta. Cual cantante de jazz sexy, se le ocurre innovar e improvisar en las pausas, que encima están matizadas por bossa. Así nos cuenta:

Desapareció...

[ tres segundos de “Garota de Ipanema”]

avión que se dirigía desde Brasil hacia…

[acordes de guitarrita, unos seis segundos]

Paris. Hasta el momento no…

[cuatro segundos con cuerpo bronceado….]

Se encontrar vecios… vestigios. [furcio seguro y no entendiste qué se cayó, dónde, si encontraron algún chango nadando, o si era la traducción de la letra de Jobim].

Este post debería leerse con música de fondo, la música deprimente con la que nos castiga Patri. No sólo es retro, sino también es mersa y suicida. Baste un ejemplo: enterarse de la caída estrepitosa de los mercados europeos con “Menta & limón” de Roque Narvaja. Bastante le cuesta a uno salir de la cama en el junio marplatense como para adicionarle esta cuota extra de grasada triste. Si no nos tiramos al mar cual Alfonsina, es sólo porque intuimos que va a estar helado.

Por supuesto que la mañana de universo tiene el tono alarmista de casi todas los programas informativos y periodísticos de radio y televisión de nuestro país, temática que Capusotto ni siquiera llegó a parodiar. Con el agravante, en este caso, de que con Patricia nunca sabemos qué carajo pasó.

Patri, igualmente, debe condensar sólo una parte minúscula de los tics de la radiofonía marplatense, que incluye:

  • la pésima lectura de frases o títulos en inglés
  • las opiniones frívolas y “bien pensantes” a lo doña Rosa
  • los errores conceptuales cuando se salen del libreto (confusión de nombres, afirmaciones equivocadas de fechas o países)
  • las preguntas pelotudas a entrevistados que se muestran absolutamente desinteresados en responder
  • los chistes pedorros, que hacen de Artaza un Seinfeld (o un senador)
  • los gestos artificiales de una supuesta camaradería entre los integrantes del equipo aludiendo a cosas que sólo ellos ven (el sweter apretado de la operadora) o saben
    la descripción enfática de lo que comen o beben (buscando el contagio para recibir más regalos)
  • la incontinencia verbal generalizada para llenar minutos pero que no se note
  • la narración de anécdotas personales (¡!)

La lista es infinita pero nos vamos a dormir para levantarnos temprano con nuestra locutora estrella (o estrallada).

sábado, 20 de junio de 2009

Matemos a los que tienen Facebook

Nelson Castro se preguntaría, con ese insoportable tono de director de escuela hablándole a la pantalla, qué consecuencias sociales puede traer Facebook. Y obviamente daría una respuesta obvia incluyendo las obviedades que todos dicen: representa un concepto artificial de “amistad” y es sumamente peligroso. Como nosotros no somos Nelson Castro (todavía no nos censuraron, no recibimos solidaridad de nadie ni tenemos una cicatriz en el cuello para mostrar en cada plano) no vamos a apelar a esos argumentos inconsistentes para destruir Facebook.

En primer lugar, no podríamos hablar con autoridad acerca de qué es la amistad, justamente nosotros. Además, nada está dicho sobre este concepto que hasta puede empapelar las verdulerías en desideratas color naranja con definiciones como “El verdadero amigo es como la sangre, que acude a la herida sin ser llamado”, “La amistad es el ingrediente más importante en la receta de la vida” o “La amistad es como la salud: nunca nos damos cuenta de su verdadero valor hasta que la perdemos”.

Es verdad: acabamos de citar frases baratas; veamos entonces las iluminadas ideas de Elio Aprile, publicadas en el nuevo número de su revista Transiciones (¿año quinto?): “Sin amigos, el vino no es más que uva líquida extraviada en la garganta, el café apenas una taza pintada de negro y las madrugadas un imperdonable error de la noche” (¡ésto es imperdonable Elio!) o “Bienaventurados los que en medio de la selva turbia, que siempre está, pueden encender el nombre de un amigo como un rayito de luz.” Si esto es amistad, ¿por qué no puede serlo una cara de nabo desde una pantalla?
Por otra parte: ¿recién ahora nos vamos a rasgar las vestiduras, mecer las barbas, tirar de los pelos por la posibilidad de que la CIA, la SIDE o cualquier servicio de inteligencia (¡qué eufemismo!) sepa quiénes somos o qué hacemos? Vamos muchachos, estamos en la era del acceso a la información… ¡ah! ¡Y vivimos rodeados de encargados de edificios!

Matemos a los que tienen Facebook porque muestran impunemente su vida privada como si tuviera algo de interesante: madres fanáticas de sus hijos con piojos incluidos, estudiantes que cuentan por qué número de apunte van, escritores frustrados que piensan que ya tienen lectores porque cuatro amigos le comentaron sus notas o el primer capítulo de una novela, gente que comenta el clima y cualquier tipo de asociación que esto tenga con su estado de ánimo, miembros de la “inteligentzia” (volveremos pronto sobre este punto) que nos esnobean hablándonos de libros que nadie conoce, políglotas falsos que publican las tres frases que saben en portugués, inglés y alemán; nerds que pretenden mostrarse como gente piola contando detalles de sus patéticas salidas nocturnas, los Guillermo Andino que se hacen los informados publicando boludeces de la actualidad, bueno, casi todos ustedes tendrán Facebook como para continuar esta lista (o pedirán claves prestadas, como nosotros, para hacer un estudio como éste).

Un párrafo aparte merecen las fotos: antes uno elegía para un álbum las fotos en las que salía favorecido. No obstante, en esta red la gente se muestra rolliza, ebria, dientuda o con braquets (joven argentino: si tienes entre 30 y 50 años, llegó la hora de arreglarte los dientes, y decirle al mundo “sí, parezco Hannibal Lecter y me la banco”), sudorosa en pista de baile, aparentemente drogada o sólo bajos los efectos de medicamentos psiquiátricos… cuanto más feo salgo, más auténtico soy, parecen decirnos. Los peores son, sin embargo, los que cuelgan fotos abrazados a su mejor amiga que, oh casualidad, se parece a Shreck o tiene el pelo como Gorosito, y en esa comparación sale ampliamente favorecida. Matemos a los que tienen Facebook porque no sólo publican sus fotos, incluso aquellas en las que no queremos estar, sino que también las etiquetan y te mandan al frente.

Matemos a los que tienen Facebook porque creen que piensan sólo por contestar esa pregunta existencialista inicial “¿Qué estás pensando?” Y se esfuerzan verdaderamente por poner algo cool que, obviamente, no les sale. Tendríamos mil ejemplos para dar pero son muy tristes.
Pero Facebook no sólo te obliga a tener amigos sino también a tener cosas en común con ellos. Para eso existen los grupos, una función a partir de la cual uno puede formar parte, pertenecer, a cosas tan idiotas como “Cambio tesoros del Vaticano por comida para África, te apuntás?” (los solidarios), “El 20 de junio, cambiemos nuestra foto en Face por la bandera Argentina”, “Basta de inseguridad en las calles” (los chauvinistas y fachos) o los famosos “Yo también…” (es decir, los pelotudos): “yo también hago pelotitas de silicona líquida”, “Yo también le doy la vuelta a la almohada para poner el lado frío” o “Yo también digo que voy llegando cuando recién voy saliendo de mi casa!”.

La moda es unirse en la virtualidad; en la realidad sería imposible: ¿hay alguien que de veras quiere conocer a un integrante de “Yo también he escrito mi nombre en los cristales empañados”? ¿En serio tenemos ganas de volver a ver a nuestros compañeros de la primaria, ahora fracasados o súper exitosos (no sabemos qué es peor…)? Estamos seguros de que en esta red todos tomarían mates virtuales hasta con Fernando Peña si viviera. La lógica de los grupos es la siguiente: me tiro un pedo ¡armo un grupo en Facebook!

Hay algo que nos parece divertido, sin embargo, en todo esto: la psicosis y los debates intelectuales que se generan acerca de admitir, aceptar, rechazar, unirse a un grupo, ser fanático o enviar regalitos a otros amigos. Por un rato se puede sentir el placer del ejercicio stalinista de poder (en definitiva nuestras decisiones se basarán en una fotito y dos datos pedorros del perfil) pero pronto seremos presa nosotros también de las decisiones arbitrarias ajenas ¿Por qué mi vecino, que siempre me pide yerba hace tres días que no responde mi solicitud de amistad? Preferimos que sea porque lo van a sacar agusanado de su casa antes que cruzarlo en el pasillo y no poder mirarlo de frente.

Lo peor que tiene Facebook es la flanderización de la sociedad: todos son buenos, solidarios, lindos, pensantes, comprometidos, tienen tiempo y mucho… pero en la virtualidad, ¡así cualquiera! Facebook chorrea bondad y promesas de un mundo mejor y la idea de que es posible que no estemos solos, aunque es obvio que no hay nadie más solo que un nabo frente a una pantalla de PC (posiblemente en bolas), hablándonos del té de orégano que está tomando, pero que se jacta de tener un millón de amigos (ahora venimos a enterarnos de que la amistad tiene un límite: sólo se permiten 5000).

Matemos a los que tienen Facebook pero no a quien lo inventó: ese pibe es un genio, porque con un programita condensa todo el patetismo y las imágenes más chotas de la humanidad: una señora sesentona con escote pronunciado y con fondo de fiesta electrónica es más agresiva y deprimente que cualquier foto sobre la guerra de Vietnam.


(NdR: juramos que todas las citas son ajenas; aunque quisiéramos no podríamos haber igualado la calidad de su contenido)