miércoles, 12 de mayo de 2010

Matemos al América Libre

Amigo, amiga si estás solo/a y estás aburrido de Mar del Chat, queremos que compartas con nosotros la experiencia de este centro multidisciplinario que es, paralelamente, un alto para el caminante que se dirige al centro de la ciudad; el lugar para tomar mate si no tenés un mango para el café ni un amigo para que te escuche; el sitio de todo desahuciado por la sociedad que al no encontrar su lugar se pone a “militar” y la fija de aquel incomible que encontrará allí a alguien que priorice las ideas políticas al aspecto físico (y si tensás mucho tu politización por ahí hasta ligás a una mina linda). En Matemos a las ballenas compartimos este testimonio de mala fuente:

Aburridos de pasar los fines de semana en los bares de Yrigoyen (donde las minas no están tan buenas como en Alem, pero los patovicas son igual de pelotudos) decidimos cambiar de ambiente y, con el propósito de amortizar las Topper blancas que compramos en un Outlet, a las que le sumamos un pulóver incaico que nos trajo una evacuada del Machu Pichu, nos dirigimos a la Plaza Rocha. Como los del mercado de Pulgas quieren asaltarnos haciendo pasar por antigüedades las baratijas que tienen en la casa, y nos repugna la vida sana que sugiere la gente de la feria verde, nos metemos en el América Libre.

Ya al ver las consignas pintadas en las banderas nos sentimos un poco desubicados. Mientras en un documental nos muestran al Comandante Marcos, unos carteles piden que se vaya alguien de un país que no conocemos, pero que tiene muchas K; de esta manera, nos admiramos en lo involucrada que puede estar en las luchas globales esta gente que pareciera estar únicamente abocada a vendernos comida de dudosa procedencia en un lugar un tanto sucio.

Cansados de ver al encapuchado Marcos en función continuada nos vamos a otro cuartucho, en el que nos enteramos de que los muchachos del América pusieron escuela. Al parecer, ahora en semejante antro se puede hacer el secundario mediante un bachillerato popular. Atención a aquellos que no pudieron terminar ni en el Minerva, ni en el Universitas: el América Libre les da una nueva oportunidad; no importa qué tan mensos sean, mientras se finjan un toque revolucionarios parece que en el América Libre College les dan un titulito. Una nueva forma de enseñarnos en los márgenes del sistema estatal: todos sentados en ronda rompiendo el viejo esquema de disposición unidireccional y produciendo tanta confusión que nadie sabe quién carajo es el docente y qué mierda se está aprendiendo. El alumno construye su propio conocimiento, tal vez debido al vacío de la currícula libertaria. Siempre citando a Freire, pero pispeando el manual de Santillana para no mandar tanta fruta, los docentes logran insuflar contenido político a cualquier concepto. Con uniformes puteadas al sistema, pero implorando al mismo Estado que por favor los reconozca. Entonces, muchachos y muchachas, a comprar ya el uniforme: se trata de un pantalón camuflado, borcegos pesados, camisa verde oliva y boina para ser los nuevos milicianos de una revolución bastante parecida a la Armada Brancaleone, pero sin la gracia de Vittorio Gassman.

Aburridos de la interpretación comunista de la tabla del dos, nos vamos a otro rincón, donde se reúnen las chicas de Frida. Según lo que podemos escuchar son unas feministas que proponen la no depilación como forma de parecerse a su ídola y, por añadidura, desalentar a los hombres a tener sexo y, de esa manera, acabar con la violencia sexual masculina. Se trata en su mayoría de pibas resentidas que no fueron agraciadas en la repartija de culos y que, en vez de salir a correr, hacen toda una ontología del ser gordas bigotudas en chancletas que fuman particulares 30.

En el América encontramos la tristeza del chico rico al que se le da por ayudar a los pobres, pero como es una proletarización cómoda ni en pedo se ponen a militar en la villa, entonces, tenemos este centro clasista y combativo en el corazón de la ciudad, donde de vez en cuando hacen pasar al trapito que cuida los autos que les regaló papá para que haya alguien de la clase a la que dicen representar. Como todo buen izquierdista es antiperonista a morir, y especialmente anti K, oponiéndose a todas las medidas populares en nombre del pueblo. Hace poco, el gobierno les ofreció donarles el espacio que usurpan, a lo que se opusieron fervorosamente alegando: “este gobierno de mierda quiere vaciar de contenido nuestra lucha al no escandalizarse con nuestro discurso y hacer las cosas que nosotros proclamamos”.

Subiendo por escaleras sinuosas llegamos a la sala de teatro del América, denominada El Palomar (¿será porque está llena de cagadas?). Hablando de teatro, más allá de la falta de control de sanidad y la absurda asociación entre mugre y revolución, lo que indigna del América Libre es su tendencia a la competencia desleal. Si uno quiere hacer zapatillas argentas seguramente se topará con la limitante de la falta de competitividad, porque aunque explote hasta morir a unos bolitas ilegales como la novia de Macri, no podrá competir con el trabajo infantil cuasi esclavo de la China. De la misma manera, si usted monta el kiosquito del centro cultural (como está haciendo ahora el bueno de Cristian Peléaz en “El que tiene sed”) deberá, en primera instancia, alquilarse un lugar, como hacen, por otra parte, hasta los chicos de la Jueventud Comunista que ahora tienen una casita en la coqueta Plaza Mitre (aunque se entiende que el paso de Cortázar por el inmueble la debe haber dejado en condiciones tan deplorables que hicieron descender el precio de la propiedad hasta el piso, suelo donde aún es posible hallar cintas de los cortos más aborrecibles que se hayan proyectado en esta ciudad).

Pero volviendo al funcionamiento de los “almacenes culturales”, cuando monte un espectáculo teatral, deberá intentar prorratear con la entrada los gastos de su alquiler. Por más que los chicos del Galpón de las Artes hagan de la renovación de su alquiler un controvertido tema público (a mí me subieron el alquiler de 700 mangos a 1000 de un saque y no saqué una solicitada en ningún lado) o los del Séptimo Fuego nos torturen con la venta de empanadas incomibles para arreglar el techo, nada es comparado con los precios populares que pueden ofrecer los muchachos del América Libre ya que, al haber tomado el espacio imitando a Rodrigo de la Serna en Okupas, se ahorran unos buenos mangos de alquiler.

Claro que está bien que las entradas sean baratas porque uno con los espectáculos del América se puede llevar unos buenos chascos. Al ver a los clowns en las varieté se agradece que los espectáculos en los semáforos sean sin parlamento, ya que estos muchachos tienen muy buen estado físico, pero los chistes son malos como los de Corona.

Otro problema que tienen las obras del América es la obligación de meter contenido político inmediato: no importa si hablás de la Caída de Constantinopla o de las razones para ser vegetariano, siempre hay que mechar una consigna de lucha popular. Así, en medio de La rosa de cobre empiezan a hablar de los cacerolazos del 2001, y parece que Nito Artaza y Arlt fueran uno y el mismo.

Se entiende que no tenga un guión sofisticado un espectáculos de payasos, pero con la idea de que “los actores crean su propio material” y otras paparruchadas robadas a un chanta que parece que alguna vez le dio un beso de lengua a Pavlosky, Lucas Capurro nos aburre con una bizarra interpretación de una Ana Frank a la que te da ganas de que los nazis la encuentren de una vez así deja de hacer pelotudeces con paraguas, perchas y valijas, sobre un escenario triste, y nos podemos ir a comer. En cuanto a la escenografía, le avisamos a Capurro y su escueta compañía que tal cantidad de plástico junto a velitas parece una idea poco afortunada, aunque sea el único elemento con adrenalina en un espectáculo soporífero; ya me imaginaba en un nuevo Cromagnon escapando del incendio corriendo escaleras abajo mientras me topaba con mochilas gigantes (un americalibresco no sale sin ella por si se va de viaje, campamento, hace una revolución o pernocta en lo de una mina), bolsas de dormir, tres mimos anarquistas, un miembro del partido comunista albanés infiltrado, un payaso expulsado porque le gusta 678, un perro al que le amputaron una pata para hacer hamburguesas en una peña, una pila de panfletos proclamando: ¡Fuera rusos de Chechenia!, y un par de bebés criados en comunidad.

Finalmente, llego a la vereda y aterrado me doy cuenta de que todavía queda gente adentro. Les grito a los militantes que entremos a salvarlos, pero me contestan que no me preocupe porque las cúpulas están a salvo: ya sacaron en andas al iluminado Polleri, y sólo queda adentro la gente de teatro y algunos pobres que habían reclutado para la ocasión.