lunes, 8 de noviembre de 2010

Matemos a los fanáticos del fitness



Ya sabemos que van a decir que somos unos gorditos freaks resentidos sentados frente a sus “computadoritas”. Y que nos tenemos que “comprar una vida” como la de ustedes (¿las vidas usadas se publican en De todo? ¿Vienen con GNC?) No obstante, no podemos dejar de manifestar nuestra tenaz e insidiosa aversión por la gente fitness. Esta no puede ser asociada simplistamente a la gente que hace deporte o ejercicio. La mujer y el hombre fitness curten una estética y un estilo de vida muy particular. Veamos.
Un fanático del fitness no se define por la actividad física que realiza ni por la cantidad de horas que le dedica, sino, principalmente, por su atuendo. Se visten con ropa deportiva súper tecnológica: anti transpiración que permite la “respiración” de la piel, liviana e hipoalergénica, y zapatillas con cámara de aire, antideslizante, amortiguadores y hasta ¡cuenta quilómetros! A ninguno le falta el aparatito para escuchar música mientras corre, en su camperita con bolsillito ad hoc para llevarlo con cable y todo.
Van así vestidos a todos lados. Cualquier situación amerita ponerse la ropa fitness: ir a buscar los chicos a la escuela, hacer mandados, pasar por el banco. Así como un judío usa la quipá como orgulloso signo de su religión, un enfermo del fitness usa gorrita fashion. No importa que esté nublado o que se vayan a quedar adentro: la gorrita Nike (o imitación) no puede faltar. Sospechamos que es para taparse peladas o grenchas sucias, pero no tenemos el coraje de sacársela para constatarlo. Estamos a punto de pedir en una solicitada el regreso del jogging (frisado, mejor), una prenda para el deporte y el domingo que puede obtener cualquier argentino y argentina sin gastar una fortuna ni verse ridículo; además, el jogging posibilita la impunidad de estar sucio y deprimido en un sillón comiendo papas fritas pedorras sin tener que aparentar que estamos bien y somos exitosos deportistas.

Otro tema relevante para la gente del fitness es lo que comen y beben. Toman gatorade o powerade o cualquier cosa que termine en “ade”. Desayunan yogur, frutas, jugos, granola, nueces y pasas de uva. Comen ensaladas de más de tres ingredientes (en los restaurantes no lo pueden creer pero logran cobrarles una fortuna cualquier porquería mientras tenga rúcula, queso parmesano y alguna boludez más. Así como abogamos por el retorno del jogging, también pedimos el regreso de la ensalada mixta con cebolla, exiliada de las cartas de todo comedero moderno).La gente fitness se compra esos polvitos mágicos que se usan como suplementos dietarios. Los más fanáticos miran todas las etiquetas de los productos para calcular calorías, valor energético y la presencia de algún ingrediente contraproducente para sus propósitos.
Cuando sacamos, contentos, el paquete de facturas, nos miran con una sonrisa de lástima y con un gesto de conmiseración nos dicen: "yo paso, gracias".

Lo más triste es cuando un domingo al mediodía, después de un asado con torta de postre y de un sábado a la noche de pizza, picada y cerveza, te vas a tomar unos mates a la costa y los ves corriendo, cabeza en alto, mientras vos te comés una bola de fraile ¡Hasta Dios después de crear el mundo descansó el domingo! Y cualquier entidad superior castigaría severamente a un pelotudo que en lugar de lastrarse un buen asado o un plato de fideos caseros se va a correr por la costa tomando agua mineral.

Cuando tienen un minuto libre van al gimnasio: salen de trabajar para meterse por lo menos dos horitas al "gym". Peor los que van antes de ir a trabajar: los ves 6:30 de la mañana dale y dale en la cinta. Uno pasa por un gimnasio y no puede creer la situación: escuchás música a un volumen superior a cualquier boliche; el profesor, como un enajenado, los arenga como una tropa en Afganistán y los pelotudos fitness, desde sus bicicletas que no se mueven, pedalean devolviendo el grito, ¿no es fantástico? (¿Qué diría Bauman de una bicicleta que no lleva a ningún lado?)
Un párrafo aparte merece nuestro bien conocido por todos, olor a chivo. Uno pasa por la puerta abierta del gimnasio y siente que lo voltea un aire denso, húmedo y pegajoso, caldeado de bacterias de humores humanos en franca descomposición.
Nos preguntamos, queridísimos arponeros, ¿cuál es el placer de ir a encerrarse en un tugurio con la música que aturde, un loco que te grita todo el tiempo, tu cuerpo que se agota de falta de aire, dolor muscular, que se empapa de transpiración y se mezcla con el olor de los demás, y encima pagar por eso? Piernas musculosas, colas duras, panzas chatas, mandíbulas cuadradas, brazos que no flamean al ponerle sal a la ensalada (a otra cosa, como una mollejita, jamás). 
Los peor de la gente fitness es el exhibicionismo impúdico de la buena salud y los buenos hábitos. Porque si hicieran todo esto pero dentro de sus casas y corriendo por el living, no merecerían la “impunidad” de este post. Pero no, ellos viven la filosofía del fitness, de la salud a ultranza. Hacen patria. Hablan con orgullo de sus hábitos deportivos. Son los consumidores número 1 de su propia marca de vida sana y de todo lo que vende la televisión para estar divino: masajes, drenaje linfático, lipoescultura, etc. Y te miran como un pobre perejil recubierto de grasa, fofo, obeso y abúlico, que es la verdad, ¡pero nosotros no hacemos apología de eso!
Que quede claro que acá no estamos diciendo que el consumo de ropa, los alimentos balanceados o los tratamientos hormonales, los hacen unos pobres idiotas presos del marketing, no. Es el Actimel lo que les está cagando la cabeza, muchachos.

Podríamos reivindicar este espacio virtual aludiendo a la muerte de Kirchner, como todos los que salieron a escribir o decir algo, pero no se nos ocurre algo mejor que lo de Mirtha Legrand o Nelson Castro (y nunca intentaríamos estar a la altura de los comentarios de Martín “faltan medicamentos en los hospitales y bancos en las escuelas” Caparrós, la nueva Doña Rosa del siglo XXI). Tal vez, con alguna vueltita, podríamos hablar del cuidado de la salud para evitar un infarto, por ejemplo… Pero la verdad, no hay nada como el café, el humo de cigarrillo, el fernet, los asados y mirar fútbol a los gritos deglutiendo facturas de pastelera, antes de dormir una siesta reparadora.