lunes, 14 de febrero de 2011

Matemos a los que festejan el día de los enamorados


Era un post obvio, tan obvio que nos daba paja escribirlo, pero mientras mis colegas en esto de arponear ballenas andan escribiendo boludeces (¿payasos?) yo me hago cargo. Y como ustedes, que nos critican pero no podrían sostener la calidad y lo atinado de nuestros juicios sobre TODO, igual se van a quejar, ahí va: matemos a los que festejan el día de los enamorados.

Convengamos en una cosa: San Valentín es un señor gordo y millonario, más que el que inventó Facebook y ahora se está cagando de risa. San Valentín es el gerente de un banco que nunca te va a dar un puto crédito. San Valentín es un gurú, hoy, que vive de los derechos de autor (sí, algunos pueden). San Valentín es cualquiera. Y no importa que sea un invento extranjero, es una reverenda pelotudez.

Matemos a los mogólicos que festejan cualquier cosa, pero especialmente el día de los enamorados. En 2008 le recomendábamos a un “famoso” escritor local que se callara la boca y no nos hizo caso, es más, se hizo la víctima y casi es famoso de verdad. Así que sabemos que ustedes, queridos lectores que no tienen, evidentemente, nada mejor que hacer, después de este post saldrán corriendo a celebrar el inconmensurable amor que se tienen con sus novios/as, maridos/as, concubinos/as, perros/as, amantes/es (deberíamos poner esa nomenclatura tipo noviXs pero imaginen que hablamos de cualquier tipo de relación en donde sí o sí se coje, de eso de trata en definitiva). Y caerán en esta farsa no sólo con besos y abrazos que los convenzan de que sí, vale la pena acercarse, confiar, dar todo por el otro, por esa media naranja que tanto les costó conseguir (una manzana, y cortada por Sofovich hubiera sido mejor como imagen –si se trata de minas, ¡me anoto en cualquier elección de Sofovich!), sino que también comprarán alguna berretada.

Estamos hablando de regalos. Obsequios. Presentes, ¡nunca mejor dicho en este caso! Le regalás un presente a la persona que, no tengas dudas, será tu pasado. Esta es buena, podríamos cortar el negocio del amor con una leyenda oscura: pareja que festeja el día de los enamorados, pareja que se separa. ¡Vamos a armar un grupo de Facebook! No, no podemos, nos echaron de esa fraterna red social (y no vamos a contar por qué, pero sospechamos que el heredero de una librería comercial se enojó un poquito con nosotros… todo porque cuestionamos el concepto de belleza de una admiradora que le dejaba comentarios babosos en cada una de sus fotos… ¿está mal expresarse si la mina tenía una visión deformada de la realidad o está del moño?)

En fin, hace unos días me ofrecieron una cosa tan horrible para agasajar a mi novia que me indigné. Primero, porque me vieron cara de pelotudo celebrador del 14 de febrero. Cara de pelotudo debo tener pero por otras cosas, más dignas, como hacer este blog con mis amigotes (otros tienen más cara de pelotudos pero no matan ballenas sino que aplauden imposturas, frases hechas y forradas bienpensantes por el estilo). Segundo, porque la mierda que me ofrecían bajo la etiqueta de “artesanal” (matemos ya a todos los artesanos que quieren hacer unos mangos extras) no ameritaba que su creador hubiera pasado los nueve meses en el vientre materno. Se trataba de una especie de cuadrito, que no colgarían ni siquiera en una sala de tortura, en la que dos muñecos humanoides (una versión libre de la figura humana, sin dudas) entrelazaban sus manitos (a una, estoy casi seguro, le faltaba un dedo) y se besaban bajo una especie de paisaje campestre y un cartelito que decía, obviamente, “Te amo”. Creo que lo que más me indignó fue el uso de este eufemismo. Es más, tal vez me hubiera bancado el cuadrito lleno de materiales: paja, telas de colores, plasticola brillante, porcelana fría y no sé qué carajo más (compran todo en esa librería del orto que se autodenomina la más barata de todas) si no fuera por esa frase carente de sentido, vacía de contenido, no importa quién o cuándo la diga. Sepan todos ustedes que “Te amo” no significa nada. A ver, ¿no se sienten ridículos apenas la dicen? ¿No sienten que una vez dicha cagaron fuego? Automáticamente hay vía libre para hacer cualquier cosa. Porque es así: una vez que la dijiste, cruzaste un límite, el límite de la tranquilidad y la libertad; en definitiva, la posibilidad de que nadie te rompa las pelotas. Pero para cuando cruzaste esa delgada línea con un “Te amo”, que te transformará en un esclavo y en un energúmeno, ya te diste cuenta y empezás a disimular que te fuiste al carajo. Y coronás la farsa con un regalito cada aniversario y, por supuesto, cada 14 de febrero. Sos patético, pero mientras garches bien, podés hacer la vista gorda, ¿no?

Festejemos amigos este hermoso día, entonces, con un lindo regalito fetichista que condense toda nuestra capacidad amorosa. Colaboremos con la multinacional que se esconde detrás de cada artesano advenedizo que juega con nuestros sentimientos. Ah, y no lo guarden después porque les recordará lo grasas que fueron y la patética historia que tuvieron con lo que seguramente será otro muerto en el placard.

Matemos a los malcogidos

No todos nuestros lectores son idiotas. Uno nos mandó ya hace un tiempo (nos colgamos en colgarlo, es que estábamos empezando el juicio contra Facebook y, como sabrán, abrimos una cuenta en Twitter que nos tiene ocupados intercambiando ideas con una comunidad llena de gente pensante y sabia)  este texto inspirado, entre otras cosas, en algunos comentaristas que nos han dejado gratuitamente sus pensamientos.
Aquí va:

premisa: somos todos unos malcogidos; defensa de la premisa: habrás echado polvos ornamentales con tu chica, pero indefectiblemente algún orificio de tu cuerpo acusa la falta de su provisión cárnica diaria y necesaria para el mantenimiento del equilibrio nervioso/espiritual

y se te viene la crisis a la cabeza, al pubis, a todo el cuerpo, la “angustia del agujero”, enfermedad tristemente descuidada por la ciencia y cuyas gravísimas consecuencias, en la mayoría de los casos, asimilamos a otros trastornos de la personalidad; pero no, todo el problema viene de acá, de coger mal, de que te cojan como el orto (en lugar de por el orto), de que en el seco y poco caudaloso río de tu vida sexual, que a estas alturas se parece más al agua que se junta en el cordón de la vereda que a un río propiamente dicho, en esa sucesión de charcos barrosos y llenos de mosquitos transmisores del dengue, los orgasmos son como las islas paradisíacas que aparecen en la revista caras: un oasis al que sólo tienen acceso otras personas, que viven una vida lejana a la que nunca estarás invitado, y de la que te llegan sólo las fotos y los chimentos de segunda mano

entonces, con el paso del tiempo, aparecen los graves síntomas del malcogidismo: la degradación del cuerpo, víctima del abandono; la histeria colectiva; las prácticas del new age y de las terapias alternativas; la lectura de libros de autoayuda; los cursos de clown, de fotografía, trenzado de canastas, origami, clases de taichi, de yoga, de natación, de tapizado, de tejido en telar, de pintura a la acuarela, cursos de pastelería; también aparece esta necesidad de desagotar la verborragia por cuanto medio se presente, y una necesidad incontrolable de difundir cadenas de mails sobre niños africanos con enfermedades incurables, víctimas de un incendio, de una revolución, de una violación masiva, de un atropello cualquiera; y cuando los malcogidos se reúnen, nacen las asociaciones de los amigos de los animales abandonados en la banquina de la ruta once, y las cofradías de escritores / pintores / escultores / músicos / malabaristas / gays / folkloristas / poetas K / amigos de la ecología / ciclistas / golfistas / filósofos de sociedad de fomento / defensores del consumidor / fanáticos del fútbol / turistas / marplatenses hartos de los turistas / estudiantes de lo inverosímil / cultivadores de marihuana / optimistas / jipis y demás, que se toman un inmenso trabajo para ponerse por nombre un epíteto misterioso que les permita ocultar ese perfil de malcogidos destinados al fracaso

y el gregarismo compulsivo: trabajo esclavo y megaconsumo de televisión, vino con soda en un cuartito con las paredes pintadas de celeste lechoso y dos cuadritos de Quinquela Martín que juntan polvo y telarañas durante veinticinco años, sudoración estival, matrimonio pacífico y tolerante, hijos que no están, flatulencias entre nalgas flácidas pegadas al sofá, dos xanax al día para conciliar el sueño y mantener la calma

las investigaciones más recientes advierten un nuevo síntoma pandémico: la adicción al facebook y demás redes sociales del malcogidismo, la incontrolable tendencia a opinar sobre todas las cosas con la autoridad de la enciclopedia británica, la capacidad inexplicable de escribir engolados, en tonos agudos, como en un chillido infinito, como en un grito que pide auxilio y que se apaga en su propia desesperación

perpetuadores del refrán y las frases hechas, habitantes del lugar común, autistas de la imaginación, militantes de lo políticamente correcto, hijos tontos de la contradicción: hablan de democracia citando a chiche gelblum y no te dejan fumar, ni abortar, ni comprar alcohol después de las 21hs., ni opinar en contra, ni disentir de ninguna manera; se meten con la educación de tus hijos, con el uso y reparto de preservativos, con las reglas del tránsito vehicular, con las normas de urbanidad y buenas costumbres, con los perros que cagan en las veredas, con los travestis, con los políticos, con las enfermedades incurables, con todo lo que les permita quedarse en sus casas sin hacer nada, sin pensar en sí mismos, lejos del espejo del botiquín que guardan a oscuras, bien apartado en el baño húmedo y cerrado bajo llave

el malcogido no resiste la intervención, meterse en tu vida y alzar el índice y dar cátedra; te pasa la lengua fría y mohosa por los muebles, por la cama, por la cocina, por la espalda, y llena todas tus cosas con esa baba rancia y pastosa que cultiva en su boca sin beso, sin sexo, sin alegrías de ninguna especie

malcogidos: con la pésima costumbre de meterse sin permiso con el prójimo para distraerse de sí mismos; y no importa cuánto veneno se le suelte al vecino, ese veneno hay que sacarlo por algún lado, no sea que nos matemos de una sobredosis de nuestra propia ponzoña

Gonzalo Viñao
http://www.costanegra.blogspot.com/