Era un post obvio, tan obvio que nos daba paja escribirlo, pero mientras mis colegas en esto de arponear ballenas andan escribiendo boludeces (¿payasos?) yo me hago cargo. Y como ustedes, que nos critican pero no podrían sostener la calidad y lo atinado de nuestros juicios sobre TODO, igual se van a quejar, ahí va: matemos a los que festejan el día de los enamorados.
Convengamos en una cosa: San Valentín es un señor gordo y millonario, más que el que inventó Facebook y ahora se está cagando de risa. San Valentín es el gerente de un banco que nunca te va a dar un puto crédito. San Valentín es un gurú, hoy, que vive de los derechos de autor (sí, algunos pueden). San Valentín es cualquiera. Y no importa que sea un invento extranjero, es una reverenda pelotudez.
Matemos a los mogólicos que festejan cualquier cosa, pero especialmente el día de los enamorados. En 2008 le recomendábamos a un “famoso” escritor local que se callara la boca y no nos hizo caso, es más, se hizo la víctima y casi es famoso de verdad. Así que sabemos que ustedes, queridos lectores que no tienen, evidentemente, nada mejor que hacer, después de este post saldrán corriendo a celebrar el inconmensurable amor que se tienen con sus novios/as, maridos/as, concubinos/as, perros/as, amantes/es (deberíamos poner esa nomenclatura tipo noviXs pero imaginen que hablamos de cualquier tipo de relación en donde sí o sí se coje, de eso de trata en definitiva). Y caerán en esta farsa no sólo con besos y abrazos que los convenzan de que sí, vale la pena acercarse, confiar, dar todo por el otro, por esa media naranja que tanto les costó conseguir (una manzana, y cortada por Sofovich hubiera sido mejor como imagen –si se trata de minas, ¡me anoto en cualquier elección de Sofovich!), sino que también comprarán alguna berretada.
Estamos hablando de regalos. Obsequios. Presentes, ¡nunca mejor dicho en este caso! Le regalás un presente a la persona que, no tengas dudas, será tu pasado. Esta es buena, podríamos cortar el negocio del amor con una leyenda oscura: pareja que festeja el día de los enamorados, pareja que se separa. ¡Vamos a armar un grupo de Facebook! No, no podemos, nos echaron de esa fraterna red social (y no vamos a contar por qué, pero sospechamos que el heredero de una librería comercial se enojó un poquito con nosotros… todo porque cuestionamos el concepto de belleza de una admiradora que le dejaba comentarios babosos en cada una de sus fotos… ¿está mal expresarse si la mina tenía una visión deformada de la realidad o está del moño?)
En fin, hace unos días me ofrecieron una cosa tan horrible para agasajar a mi novia que me indigné. Primero, porque me vieron cara de pelotudo celebrador del 14 de febrero. Cara de pelotudo debo tener pero por otras cosas, más dignas, como hacer este blog con mis amigotes (otros tienen más cara de pelotudos pero no matan ballenas sino que aplauden imposturas, frases hechas y forradas bienpensantes por el estilo). Segundo, porque la mierda que me ofrecían bajo la etiqueta de “artesanal” (matemos ya a todos los artesanos que quieren hacer unos mangos extras) no ameritaba que su creador hubiera pasado los nueve meses en el vientre materno. Se trataba de una especie de cuadrito, que no colgarían ni siquiera en una sala de tortura, en la que dos muñecos humanoides (una versión libre de la figura humana, sin dudas) entrelazaban sus manitos (a una, estoy casi seguro, le faltaba un dedo) y se besaban bajo una especie de paisaje campestre y un cartelito que decía, obviamente, “Te amo”. Creo que lo que más me indignó fue el uso de este eufemismo. Es más, tal vez me hubiera bancado el cuadrito lleno de materiales: paja, telas de colores, plasticola brillante, porcelana fría y no sé qué carajo más (compran todo en esa librería del orto que se autodenomina la más barata de todas) si no fuera por esa frase carente de sentido, vacía de contenido, no importa quién o cuándo la diga. Sepan todos ustedes que “Te amo” no significa nada. A ver, ¿no se sienten ridículos apenas la dicen? ¿No sienten que una vez dicha cagaron fuego? Automáticamente hay vía libre para hacer cualquier cosa. Porque es así: una vez que la dijiste, cruzaste un límite, el límite de la tranquilidad y la libertad; en definitiva, la posibilidad de que nadie te rompa las pelotas. Pero para cuando cruzaste esa delgada línea con un “Te amo”, que te transformará en un esclavo y en un energúmeno, ya te diste cuenta y empezás a disimular que te fuiste al carajo. Y coronás la farsa con un regalito cada aniversario y, por supuesto, cada 14 de febrero. Sos patético, pero mientras garches bien, podés hacer la vista gorda, ¿no?
Festejemos amigos este hermoso día, entonces, con un lindo regalito fetichista que condense toda nuestra capacidad amorosa. Colaboremos con la multinacional que se esconde detrás de cada artesano advenedizo que juega con nuestros sentimientos. Ah, y no lo guarden después porque les recordará lo grasas que fueron y la patética historia que tuvieron con lo que seguramente será otro muerto en el placard.