domingo, 18 de octubre de 2009

Matemos a los sabelotodo


Existe una clase de personas que piensa que ha sido beneficiada con un don tan particular que las hace únicas en el mundo. Gente que, además, no sólo lo cree y “se la cree” sino que te lo hace saber cada vez que puede y siempre en el momento inoportuno. Estamos hablando de esas personas que saben todo: desde paradigmas filosóficos, movimientos artísticos, hechos históricos y teorías políticas, hasta lugares donde comer, datos del tiempo, partidos de cada fecha del campeonato o lugares donde te arreglan el cierre del pantalón. Esto no sería un problema (ni materia de este blog) si no tuvieran otro defecto: enrostrarte este superpoder, hacértelo saber con toda precisión y cuando se les da la gana, es decir, todo el tiempo. Pareciera que se dan cuenta de que te importa un carajo escucharlos y lo disfrutan.

Esta clase de personas convierte cualquier conversación superficial en una junta de académicos; rompen cualquier clima para que todo el auditorio, sumisa y resignadamente lo escuche y no interrumpa hasta que termine de ofrendarnos todos sus conocimientos; llevan cualquier comentario para el lado en donde se sienten cómodos: una vez allí, disparan su artillería estableciendo relaciones que sólo ellos conocen o sanataeando datos y nombres propios (extranjeros, mejor).

Matemos a los sabelotodo porque hacen de una boludez una sarta de razonamientos en la que sólo les interesa lucirse y hacernos pensar que conocen el mundo, las costumbres de las culturas más exóticas, todas las partes del cuerpo y sus enfermedades, las herramientas de la caja de un electricista, el interior de una PC (obviamente saben qué es un chip, el WAP, una cookie y cualquier pelotudez relacionada con la tecnología), la ley de radiodifusión completa (incluso con los cambios efectuados a último momento), la conjugación de los verbos en alemán, las fechas y lugares de todas las batallas de Manuel Belgrano, y la puta madre que los parió.

Te amedrentan con el dato histórico y una enorme cantidad de información que, en realidad, no ha sido fruto de sus estudios sino de una mezcla de Discovery a la hora de la siesta, clases de derecho por cable de Mariano Grondona, algo de Canal Encuentro, suplementos de La Nación que pide antes de que los tiren y su gran aliada, Wikipedia.

Los sabelotodo están llenos de clishés; transforman fragmentos literarios en frases hechas y citan versos de poemas a cada rato como si hubiera aparecido la palabra justa mientras charlaban (es una manera de decir) con nosotros. Con esto creen engañarnos: no, señores, ya sabemos que tienen una listita mental y siempre dicen lo mismo. Así, combinan estrofas del Martín Fierro (infaltable) con discursos de J. F. Kennedy y El arte de la guerra de Sun Tzu.

Este tipo de gente, además, te regala sugerencias y consejos, no sólo cuando no se los pediste sino haciéndote entender que deberías haberlo hecho. Sus frases típicas empiezan con “Vos lo que tenés que hacer...”, “Yo te voy a hacer probar…” o “Si me preguntás a mí, yo…”. Otras ocurrencias se sostienen en enunciados categóricos e inapelables como “Las mejores pastas son de…”, “Sí, esa es buena, pero la mejor película es…”, “No se puede comparar X con Y…”; y, por supuesto, encabezan todos sus dichos con “Yo lo viví”, “Yo sé”, “Yo estuve”, “Yo te voy a contar” o el famoso “Yo te lo explico” del José de Tato Bores.

En cualquier punto de su discurso, se las arreglan para meter palabras culturosas y rimbombantes como ghetto, cinearte, paradigma, posmodernidad, vínculo, otredad, interdisciplinario, proceso, sujeto, enajenación o panóptico.

Matemos a los sabelotodo porque en su afán de parecer eruditos e imprescindibles para que sigamos habitando este mundo, tienen el coraje de corregir a su interlocutor indicándole cómo se pronuncia el nombre de un autor, compositor o cineasta (hablan de todas las disciplinas); dónde se acentúa una palabra; de quién es tal o cuál concepto o cómo se pronuncia una término extranjero: “No se dice Chauvin sino Shoven” o “¿Te referís al buquet del vino?” ¡Cómo nos gustaría en ese preciso momento tratar al sabelotodo como Maradona al periodismo argentino!

Matemos a los sabelotodo porque saben cuándo aprovechar el cambio a moneda extranjera, dónde comprar con descuento, a qué hora ir para que no haya cola, dónde hay sombra para estacionar, cómo calcular porcentajes rápidamente, cuándo sacar la guita del banco pero, por supuesto, no te lo dicen o lo hacen cuando ya es tarde.