viernes, 25 de marzo de 2011

Matemos a los artesanos advenedizos



En un afán de caerle bien a nuestro amigo poeta Gastón Malgieri y para que vean que no tenemos nada en contra de la poesía, nos arriesgamos con unas estrofitas para matar a una especie urbana de saqueadores de la buena fe y el bolsillo.

Un trabajo siempre es digno:
ocho horas, plata en mano.
No jodamos con el arte,
no te hagás el artesano.

Sos mi amiga y te acompaño
a comprar las servilletas
que pegotéas con esmero
en un plato de madera.

Es un genio, no lo duden,
el que inventó el decoupage.
¿Es un arte para pocos?
no, sólo para los desocupauge

Todos cosen, cortan, pegan,
pintan, clavan, copian, arman;
es el infierno del “arte”,
¡a ver cuándo me la maman!

Sos mi amigo y yo te quiero,
pero un límite aparece
si me mostrás una lona
llena de pelotudeces:

prendedores con caritas,
collares de vidrios rotos,
anillos de plastilina,
imanes con varias fotos.

Zapatillas estampadas,
aros con plumas colgando,
remeras deshilachadas,
¡que me la sigan chupando!

Velas con olor a culo,
posavasos al crochet,
bufandas de macramé,
¡hasta un corcho me fumé!

Te visitan y en seguida:
“¿Te muestro lo que fabrico?”
Es el horror, ¡el horror!
Mi cara…no te la explico.

Si un regalo necesito
siempre me caga un amigo
“hago bolsos, ya te muestro”
¡para qué te habrán parido!

Dios hizo el agua y el viento,
inventó el sol y la luna,
y en un descuido nos puso,
¡a estos pedazos de hijos de re mil putas!

miércoles, 9 de marzo de 2011

Matemos a los clowns


Ya de chico odiaba a los payasos, no porque me dieran miedo esas caras pintarrajeadas sino porque la repetición obsesiva en los cumpleaños de la música de Gaby, Fofo y Miliki puede volverte un asesino serial.
Después hubo un momento que me marcó muy fuertemente: durante un viaje en micro fui obligado a ver Patch Adams. Los hechos exactos constan en la causa 14.208 radicada en el juzgado de la Dra. Marchetti, donde denuncio a la compañía de transporte por daño psicológico profundo.
Creo que Patch Adams es la peor película de la historia del cine y reconozco que la insoportable cara de pelotudo altruista de Robin Williams con la naricita roja me pone violento. Por añadidura, la pelí-cula (no puedo usar la versión abreviada del término a lo Fito Paéz) está inspirada en un caso real, que es el de Doherty Hunter quien parece que es el inventor de la risoterapia.  No es aleatorio el apellido del fulano; cual cazador cobarde te agarra cuando estás internado, solo e indefenso. Tal paparruchada no hubiera tenido alcance mundial sino hubiera sido por esa bazofia lacrimógena hollywoodense en la que un médico intenta subsanar las enfermedades de sus pacientes haciendo payasadas. Estos acontecimientos que describo me han inspirado para dejar asentado ante escribano público mi deseo de que en el caso de encontrarme imposibilitado (oscurecida mi capacidad de discernimiento  o impedida el habla), bajo ningún concepto se acerque un payaso pelotudo a mi cama de hospital.
Les pido a los lectores, que quizá estén imaginando que soy un paranoico desquiciado, que se pongan por un momento en el lugar del tipo al que, por ejemplo, le amputaron una pata y encima tiene que bancarse a un clown pésimo que quiere convencerlo de que la risa lo va a curar. ¡Son unos payasos fumados que no causan ni gracia! No entiendo cómo pueden creer que lo que hacen es un servicio a la comunidad. Payasitos del mundo: dejen a los enfermos deprimirse y autocompadecerse en paz.
Pero no. Estamos cercados. La secta de los clowns todo lo infecta: no les alcanza con interceptarte en un semáforo, subirse a tu colectivo (obligándote a escuchar sus tonterías y presionando para que le habilites una moneda), también tienen que ser el número sorpresa del cumpleaños cuarenta  de tu prima (a la que la dejó el marido, tiene tres pibes y el culo tan caído que habría que ir a buscarlo al tercer círculo del infierno de Dante: ergo, no le alcanza  ni  un ejército de clowns para borrar su cara de ojete). Además te venden una rifa con el propósito de comprar narices nuevas de payaso (las del año pasado hubo que tirarlas porque con las gripes y resfríos  ya no había forma de esterilizarlas). Mi hartazgo de los payasos llega al clímax cuando voy muy alicaído cruzando la plaza camino al trabajo y me detiene y taclea un payaso del orto para darme un “abrazo gratis”. ¿Qué mierda le pasa a esta gente? ¡Que me consigan un abrazo gratis de Pamela David (la piba te debe cobrar hasta el mirarla lascivamente)! Nada me provoca más bronca que el hecho de que intente abrazarme un payaso roñoso.
Por otra parte, me veo obligado a concurrir a la varieté de clowns de otra prima. Se trata de  la hermana menor de la anterior que entre cerveza y cerveza en la fiesta  fue cooptada por la secta y ya no hay forma de sacarla de allí. Pero no sólo se trata de concurrir a la varieté (pagar la entrada que nunca es tan barata como lo mugroso de los lugares sugeriría) sino que los payasitos del culo no te dejan en paz en toda la velada: siempre tienen que tocarte, “interactuar” con vos…. hincharte las pelotas porque como no pueden hacer nada gracioso solos necesitan burlarse de los asistentes. Lo que más gracia me hace es que mi prima ya se  autodenomina “clown profesional”, dotada de una “formación” porque se la pasa practicando payasadas: tres veces por semana con su grupo, los fines de semana en Plaza Mitre tirando clavas y cosas así,   insistiendo en  hacer su gracia en toda fiesta familiar y curtiendo el look completo de todo paya: rastas en el pelo (al que añade tintura loca y pañuelos de colores) y pantalones raros gigantes y colorinches que no dejan entrever que con tanto hacer ejercicio  su cuerpo ha mejorado (sí, bueno, payasa o no, drogado igual le das). Es como si nunca más pudieran salir de su papel de clown y tuvieran que interpretarlo mientras toma mate con vos o va a cobrarle la jubilación a la abuelita.
Demás está decir que no le importa un carajo avergonzarte y tenés que aguantarte el papelón de estar emparentado con un clown. Yo antes tenía una prima que estaba relativamente buena, ahora es como que estuviera relacionado sanguineamente con una paciente psiquiátrica que va con su naricita colorada a todos lados inspirando lástima.
Harto de los clowns me tiro del colectivo en movimiento cuando veo subirse a uno al 551. Me hago mierda. Pero el chabón me persigue hasta el hospital con sus trucos, morisquetas y chistes malos. La idea de curarte a partir de la risa es peor que la de un mano santa y evidentemente contraproducente. Salgo corriendo por el pasillo con una pata quebrada, tres costillas fisuradas y politraumatismo de cráneo. Dentro de poco montarán guardia en los velatorios y en los cementerios para no dejarte en paz hasta el último minuto.