¿Es posible saber todo? ¿Es posible conocer todos los secretos del universo? No. Estábamos tranquilos con esto de no saber nada hasta que llegaron ellos; no saben todo pero sí, desde su punto de vista, lo más importante.
¿Es posible saber todo lo que contiene un sorbo de vino? Sí, parece que sí.
De un tiempo a esta parte existe un grupo de gente que analiza lo que sucede desde la viña a su mesa, desde la botella al paladar. Se interesan con fervor en reproducir constantemente las categorías de análisis del vino y las formas correctas de beberlo. Y no sólo eso: algunos incluso representan a alguna empresa que los manda de acá para allá para armar "eventos etílicos" y degustaciones.
Si ustedes eran de los que tomaban un trago de vino para bajar un pedazo de milanesa y evitar una muerte indigna, sepan que estaban equivocados. Los enólogos, o cualquier fanático del vino (pero quién no lo es) que sabe dos o tres boludeces recién aprendidas, nos enseñan que el vino se tiene que ver, primero; oler, después y tomar sólo luego de esas etapas (y a esa altura la milanesa hizo lo que tenía que hacer: muerte por asfixia).
Estos tipos toman un trago de vino y mientras tararean mentalmente "Tengo un mundo de sensaciones…", los ojos les brillan pensando en la cantidad de datos que ese sorbito de vino puede darles.
Claro que no es cuestión de tragar en seguida, el conocimiento requiere un doloroso esfuerzo: hay que mantener el trago en la boca, mandarlo al fondo, traerlo adelante, pasarlo de un lado a otro inflando las mandíbulas… no es pavada catar un vino y no poner cara de pelotudo.
Lo más ridículo del enólogo (bueno, tal vez algo de su vestimenta también), y de los que pretenden serlo, es ese discurso (todo remite a los discursos, se habrán dado cuenta), propio, digámoslo de una vez, de un borracho en pleno delirio. Moviendo la copa en círculos (horas de práctica) o con una mirada perdida luego de tomar un trago, podemos escuchar sus veredictos: "En boca es árido como estepa mesopotámica después de un rally" o "Este vino tiene matices de lluvia de verano platense cayendo en un laurel recién podado" o "su cuerpo es como el sedimento de la Laguna de los Padres luego de un fin de semana largo lleno de turistas", o cosas así.
Al único que podemos defender es a aquel que, en tren de chamullo para levantarse una mina, empieza a hablar de contornos de vainillas, aromas de especias o presencia de frutos rojos: el tipo caló un par de “tips” y los usa para impresionar. Pero la más de las veces, los enólogos, y quienes se juzgan entendidos en la materia, quieren hacernos creer que pueden distinguir a ojos cerrados si un vino está añejado en barricas de roble o no; y que demoran 3.1 segundos en determinar el varietal de un vino. Con el objeto de demostrar que se trata de una fantochada, proponemos secuestrar en la próxima expo de El vino y el mar a una docena de expertitos para obligarlos con ojos vendados a reconocer varietal y cosecha. Si se equivocan, sufrirán el peor de los castigos: cada error será penalizado por un trago de vino "uvita" directo del tetra.
Matemos a lo enólogos porque son cursis, fanáticos y defensores de un "buen beber" que no nos permite manchar el mantel ni ponerle soda o Fanta al vino… y porque son títeres funcionales de las bodegas que, con este invento marketinero, nos quieren cobrar un fangote por una botella.
¿Es posible saber todo lo que contiene un sorbo de vino? Sí, parece que sí.
De un tiempo a esta parte existe un grupo de gente que analiza lo que sucede desde la viña a su mesa, desde la botella al paladar. Se interesan con fervor en reproducir constantemente las categorías de análisis del vino y las formas correctas de beberlo. Y no sólo eso: algunos incluso representan a alguna empresa que los manda de acá para allá para armar "eventos etílicos" y degustaciones.
Si ustedes eran de los que tomaban un trago de vino para bajar un pedazo de milanesa y evitar una muerte indigna, sepan que estaban equivocados. Los enólogos, o cualquier fanático del vino (pero quién no lo es) que sabe dos o tres boludeces recién aprendidas, nos enseñan que el vino se tiene que ver, primero; oler, después y tomar sólo luego de esas etapas (y a esa altura la milanesa hizo lo que tenía que hacer: muerte por asfixia).
Estos tipos toman un trago de vino y mientras tararean mentalmente "Tengo un mundo de sensaciones…", los ojos les brillan pensando en la cantidad de datos que ese sorbito de vino puede darles.
Claro que no es cuestión de tragar en seguida, el conocimiento requiere un doloroso esfuerzo: hay que mantener el trago en la boca, mandarlo al fondo, traerlo adelante, pasarlo de un lado a otro inflando las mandíbulas… no es pavada catar un vino y no poner cara de pelotudo.
Lo más ridículo del enólogo (bueno, tal vez algo de su vestimenta también), y de los que pretenden serlo, es ese discurso (todo remite a los discursos, se habrán dado cuenta), propio, digámoslo de una vez, de un borracho en pleno delirio. Moviendo la copa en círculos (horas de práctica) o con una mirada perdida luego de tomar un trago, podemos escuchar sus veredictos: "En boca es árido como estepa mesopotámica después de un rally" o "Este vino tiene matices de lluvia de verano platense cayendo en un laurel recién podado" o "su cuerpo es como el sedimento de la Laguna de los Padres luego de un fin de semana largo lleno de turistas", o cosas así.
Al único que podemos defender es a aquel que, en tren de chamullo para levantarse una mina, empieza a hablar de contornos de vainillas, aromas de especias o presencia de frutos rojos: el tipo caló un par de “tips” y los usa para impresionar. Pero la más de las veces, los enólogos, y quienes se juzgan entendidos en la materia, quieren hacernos creer que pueden distinguir a ojos cerrados si un vino está añejado en barricas de roble o no; y que demoran 3.1 segundos en determinar el varietal de un vino. Con el objeto de demostrar que se trata de una fantochada, proponemos secuestrar en la próxima expo de El vino y el mar a una docena de expertitos para obligarlos con ojos vendados a reconocer varietal y cosecha. Si se equivocan, sufrirán el peor de los castigos: cada error será penalizado por un trago de vino "uvita" directo del tetra.
Matemos a lo enólogos porque son cursis, fanáticos y defensores de un "buen beber" que no nos permite manchar el mantel ni ponerle soda o Fanta al vino… y porque son títeres funcionales de las bodegas que, con este invento marketinero, nos quieren cobrar un fangote por una botella.
6 comentarios:
jua. Sí, basta de los vinos y su ritual. Que nos dejen chupar tranquilos!
La única forma en que me banco el discursito sobre las virtudes de un vino es cuando te regalan una copa en el restaurante una promotora linda.
son tan ladris como los "artistas" que exponen "instalaciones"...matemos a los que exponen instalaciones!
jajajaja, tenés razón Anónimo Nº3, nunca entendí el término instalaciones... yo hago más intalaciones que ellos en la computadora.
Y los enologos merecen morir por quitarse la gracia al hecho de tomar por tomar, si te gusta todo bien, pero no me vengan con el bouqué y todo eso
esos son los someliers (sarpados ladrones)
enologos son los que diseñan el vino
más patético es el que pide un vino de la casa y lo cata antes de hacerle una indicación al camarero (serio y con la cabeza)de que siga sirviendo. Que mierda querés probar en un vino de 10 mangos? además que hacés si no te gusta? le pedís que lo cambie por el de 11? eso le da a la gente triste aires de aristocracia cuando son ratones producidos!
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